Tal y como hago cada año, fui a ver a Juan la tarde de la procesión para acompañarle en el ritual de vestirse de costalero. Juan es costalero en la cofradía del barrio y junto a otros colegas llevan sobre sus hombros la imagen de Cristo atado a un poste mientras un romano le fustiga. Voy todos los años a su casa; él lo acepta a pesar de mi ateísmo recalcitrante porque, según me cuenta, le reafirma en sus creencias. Nunca le he dicho que a mi me pasa lo mismo.
Juan es buena persona, buen marido, buen padre, buen vecino, buen compañero y buen amigo; una persona sencilla, educada y respetuosa con todo aquel que se cruce en su camino; el que le atiende en la frutería, en la caja del supermercado, en el banco… Pero entre tanta virtud destaca un defecto: es una persona simple. A las personas simples, buenas o malas, te las encuentras en el terraplanismo, en el creacionismo, en una comuna vegana… y en general en el integrismo religioso. En un partido político no están, pero sí en sus seguidores; en general se puede decir que las personas simples siguen ciegamente al primero que les convenza con una idea real, ficticia, verdadera o falsa; y es muy fácil convencerla. En este campo se mueve Juan, dentro de un integrismo religioso, en línea recta y sin mirar los caminos laterales.
No quiere saber nada que no sea cotidiano o no tenga explicación en la Biblia; no quiere saber que piensa igual que el integrista musulmán o judío, pero con distintas escrituras. Aprender, saber, buscar la sabiduría solo se hace para alcanzar a Dios, y eso es pecado además de imposible. Pero su simpleza le lleva al desconocimiento, con lo que se pierde un buen trozo de la parte bella de la vida.
Hubo una vez que le dije que no era cuestión de creer o no creer, sino de saber o no saber; y yo sé que Dios no existe. Se me quedó mirando fijamente durante unos segundos en los que esperaba la pregunta que siempre me han hecho: “¿Cómo puedes afirmar eso tan rotundamente?”. Y siempre respondo: “No es una afirmación mas rotunda como la de afirmar su existencia, cuando nunca se ha podido demostrar “. O si me dicen: “¡Demuéstralo!”, siempre respondo: “Tu haces la afirmación, demuéstralo y convénceme”. Pero no me preguntó nada; y a cambio me dijo: ”Dios existe, y a ti te creó para demostrarnos su existencia”. Por eso creo que seguiremos siendo amigos durante mucho tiempo, pues siempre mostramos nuestros pensamientos antagónicos sin desprecios, con respeto y sin intención de convencernos el uno al otro.
Un día, años atrás, me invitó a su casa para enseñarme algo que le regaló un familiar. Era un icono de Virgen con Niño, pintado sobre una tabla fina de madera. Lo reconocí enseguida:
- ¡ Un theotokos ¡ - dije asombrado.
- Es una Virgen; está claro – respondió con el gesto de llamarme tonto.
- Ya lo se, es evidente, pero a estos iconos se los llama theotocos.
- Esto no es un icono, es una pintura antigua de la Virgen.
- Este tipo de pinturas religiosas se llaman iconos, y si son de la Virgen con el Niño, se llaman theotocos, que significa “Madre de Dios”. Este es una buena copia de una odighitria que está en Roma.
Me encantaba dar explicaciones que Juan no entendía; me divertían sus expresiones de incredulidad y sus respuestas tratando de demostrarme que mis explicaciones no servían para nada.
- ¿Una qué? ¿Que está donde? Esta está aquí.
- Perdón; cuando la Virgen tiene ese gesto, el de mostrar el Niño al observador, se le da ese nombre: “odighitria“.
- Yo veo una Virgen que tiene a su hijo en brazos; y es una Virgen con su hijo en brazos. Yo creo que ves cosas que no son.
- ¿Si? Mira esas letras, ¿Ni siquiera te interesa saber que pone o qué significan?
- Lo que no se es por qué te interesó a ti, ateíllo.
- Juan, esto es una copia de una obra de arte. Es la Virgen del Perpetuo Socorro y el original se encuentra en Roma. En el siglo X se llevó de Creta a Roma y está llena de significados: los ángeles de los costados, las letras, la sandalia que se le cae al niño…
- Todo eso sobra, solo miro a la Virgen y al Niño, que seguro es lo que se quiso pintar. Si es antigua y está en Roma, mejor, porque estará bendecida. La pondré marco y la colocaré en la habitación.
Juan ve a una Virgen con el Niño. Yo veo eso y todo lo demás, que es lo que embellece la obra y te hace entender muchas otras cosas; la historia en origen, la visión del mundo de entonces, la interpretación que se hacía de la religión hace diez siglos… Esto es tan solo un ejemplo de lo que el integrismo religioso hace perder a Juan. Esa Virgen me emociona a mi mas que a el.
Desde entonces, cada vez que miro el icono le pongo pegas para corroborar el simplismo de Juan. Como siempre, simplifica todo lo que le digo. A veces me parecen reacciones infantiles, pero otras veces me parece que la actitud infantil la tengo yo.
- Yo creo que esas coronas sobre las cabezas de la Virgen y del niño se han puesto en la época moderna; no cuadran.
- Ella es reina y Él es rey, por tanto están bien puestas- me dijo; le daba igual.
- Pero Juan, la aureola del niño tiene la cruz en todos los iconos, y con esa corona no se ve. Eso es importante.
- Lo de la cruz vino después; ¿no te lo enseñaron?
Imposible; me gustaría que entendiera que pese a la carga religiosa del icono hay un fondo histórico, cultural, artístico que debiera ver y contemplar, pero solo ve la Virgen con el Niño.
- La virgen lleva cubierta la cabeza; ¿sabes por qué?. Era judía, y en Judea las mujeres casadas no podían mostrar sus cabellos. Como hacen las mujeres musulmanas y que a ti te parece tan mal.
- Eso es mentira. Te lo acabas de inventar.
A veces creo que quiere jugar conmigo o que trata de ponerme a prueba. Al año siguiente compró otro icono, ya enmarcado, con otra virgen.
- Eleusa – dije, esta vez sin entusiasmo, pues desconocía esa obra.
- Es otra virgen, ¿no ves?
- Si el niño besa a la Virgen, el icono se llama eleusa. Este no tiene a los arcángeles.
- Mejor; así no te entretienes.
- Esta la desconozco, ¿Qué Virgen es?
- Por la parte de atrás pone “Virgen amante de los hombres”
A partir de ese momento me dejo de divertir la simpleza de Juan. Puede que sea divertido notar las incongruencias del título, pero Juan nunca las encontraría; es una Virgen con su hijo. No encontré referencia alguna a es Virgen (iconos de ese tipo los hay por cientos) ni siquiera por el título de la obra, así que le propuse cambiar el nombre, pero no vio necesidad alguna; me dijo: “Ella nos ama a todos; no hay nada malo en eso”.
Entre los dos iconos está Juan terminando de calzarse unas zapatillas con base de esparto que parecen heredadas de alguien que las heredó, y que se atan sobre un calcetín grueso que, al parecer, debe ir sobre el pantalón de pana o paño, ancho para ser cómodo.
Le noto algo enfadado, y no veo oportuno decirle que la “amante de los hombres” está triste, y que vendría bien una guardería en estas fiestas para dejar al niño. Se levanta de la silla y alzo mi mano para que espere un momento.
- ¿Qué pasa, Juan? No estás eufórico como otros años. Cuéntame el problema.
- No quiero que llueva.
- Todos los años existe esa posibilidad; debierais cambiar de fecha.
Dejó de mirarme y se dirigió a la cama. Sobre ella tenía una camisa blanca de mangas muy holgadas y una larga y ancha tira de tela que utiliza a modo de faja para cuidarse los riñones de los esfuerzos al levantar la imagen. Mientras cambiaba de camisa comenzó a hablarme con preocupación.
- Dios pone ante mí personas como tú empujándome hacia el descreimiento y la perdición espiritual para que yo ejerza presión en sentido contrario y me haga merecedor de su aprecio, necesario para ganar un sitio en la eternidad de su hogar. Pero esta guerra tiene muchos frentes; cada vez más. No sé si podré soportarlo.
No estaba enfadado; estaba deprimido. Nunca le había visto así, era una novedad para mí tratarle en ese estado. Le obligué a mostrarse humilde cuando fue aceptado en la cofradía como senior al abandonar su padre su puesto por la edad, porque estaba eufórico como si hubiese ganado un campeonato del mundo. Le he calmado en enfados absurdos o razonados porque en esos momentos puede perderse mucho de lo ganado. En definitiva, hice todo lo que se puede hacer por un amigo, pero nunca le había visto deprimido.
- Juan, vas a la cofradía como todos los años, y siempre ha sido un día de jubilo y bienestar espiritual por tu parte; no puede haber nada tan grave como para quitarte…
- ¡ Si que lo hay ! – dijo sujetándome ambos brazos – Entre nosotros, los creyentes, se puede observar distintas calidades en las personas. Algunos somos normalitos, pero otros son buenos y otros muy buenos y los hay aún mas…
Sus ojos brillaban rebosantes de líquido a punto de derramarse; me soltó y cogió la tela para hacer la faja. Le ayudé a ponerse la faja, apretada y enrollada alrededor de la cintura, girando sobre si mismo. Al terminar le miré a los ojos bastante preocupado.
- ¿Qué te han hecho, Juan? Y sobre todo ¿Quién?
- En la gente que Dios pone ante mi para que luche también hay calidades. Tu y yo nos respetamos; ponemos un muro entre nosotros y no lo intentamos penetrar. Entre tu y yo la lucha no es violenta, solo nos ponemos uno frente a otro, nos postramos abiertos mostrando nuestra verdad y la contemplamos, aunque no la aceptemos, esperando que un día la razón caiga por si sola en uno de los bandos. Pero no sois todos así.
Se sentó de nuevo en la silla, serio, desganado como nunca lo había visto.y pensativo, apretando los dientes y moviendo ligeramente la cabeza de lado a lado.
- Si; en vosotros también hay calidades; unos sois normalitos y nobles, incluso buenos. Otros son malillos pero llevaderos; otros son malos, malos, malos.., y Dios os coloca estratégicamente, entre amigos, entre compañeros de trabajo, entre los familiares….
Aquí saltaron las lagrimas; lentamente fueron saliendo y rodando por las mejillas hasta las comisuras de los labios y cayendo al fin sobre su ropa.
- Andrés, no quiere ser costalero; ni siquiera entrar en la cofradía.
Andrés, su hijo mayor, no quiere ser cofrade. Esto es un trauma para esta gente tan religiosa y cuya tradición viene de muy atrás. Juan vio a su abuelo llorando de emoción porque su hijo estaba bajo la imagen soportándola sobre sus hombros como él hizo años atrás. Mas tarde vimos a su padre emocionado mostrando orgulloso a amigos y vecinos como su hijo se convertía en cofrade primero junior y después senior. Y ahora Juan no iba a poder mostrar orgulloso a su hijo siguiendo la tradición no solo familiar, sino histórica de la cofradía.
Andrés, 15 años y ya ha decidido no seguir la tradición.
- Me dice que no ve sentido a este espectáculo repetido año tras año; que no cree que si existe Dios, le guste la escenificación de la tortura y martirio de su hijo. Que parece una película de cine gore, tanta sangre, hombres clavados en una cruz, corazones atravesados por siete sables, cabezas cortadas…. Quizá tenga razón, pero así ha sido la vida de Cristo y de nuestros santos. Me dice barbaridades como que menos mal que lo crucificaron, porque si lo cuelgan de una pierna a la rama de un pino hasta que se muera las imágenes en las iglesias serían horrorosas.
Pese al llanto, seguía tranquilo; sentado en la silla con la mirada hacia el infinito, tan solo algún pequeño gesto de aceptación in extremis, pero tardó un largo minuto en volver a hablar. Un minuto que pasé en silencio sin saber como abordar la situación sin agravarla con alguno de mis comentarios.
- Me dice que habrá de suponer que si llueve es porque a Dios no le apetece dejarnos sacar la imagen de su hijo en la peor de sus situaciones en vida. Y si no llueve es porque no le importa. Que mi Dios es sumamente caprichoso. No he sabido llevarle por mi camino; no vi llegar esto, y si no entra ahora no entrará nunca; esta procesión era el momento…
Sonó un teléfono fuera de la habitación y como si fuera una señal se levantó, se secó la cara con la manga de la camisa y cogió una pequeña almohadilla que los costaleros se colocan sobre el hombro. Hizo un gesto de resignación y se dispuso a salir de la habitación. Antes de llegar a la puerta se abrió y apareció Amparo, su mujer, quien con la mayor naturalidad del mundo le dijo: “Que no hace falta que vayas, no vais a salir; esta lloviendo y no parece que vaya a escampar”. Me miró con una sonrisa a modo de saludo y cerró la puerta de nuevo.
Durante unas milésimas de segundos miramos fijamente la puerta, después nos miramos asombrados, Juan esbozó una pequeña sonrisa y dijo:
- Aún no habéis vencido; Dios me da otro año para convencer a Andrés.
Juan es buena persona, buen marido, buen padre, buen vecino, buen compañero y buen amigo; una persona sencilla, educada y respetuosa con todo aquel que se cruce en su camino; el que le atiende en la frutería, en la caja del supermercado, en el banco… Pero entre tanta virtud destaca un defecto: es una persona simple. A las personas simples, buenas o malas, te las encuentras en el terraplanismo, en el creacionismo, en una comuna vegana… y en general en el integrismo religioso. En un partido político no están, pero sí en sus seguidores; en general se puede decir que las personas simples siguen ciegamente al primero que les convenza con una idea real, ficticia, verdadera o falsa; y es muy fácil convencerla. En este campo se mueve Juan, dentro de un integrismo religioso, en línea recta y sin mirar los caminos laterales.
No quiere saber nada que no sea cotidiano o no tenga explicación en la Biblia; no quiere saber que piensa igual que el integrista musulmán o judío, pero con distintas escrituras. Aprender, saber, buscar la sabiduría solo se hace para alcanzar a Dios, y eso es pecado además de imposible. Pero su simpleza le lleva al desconocimiento, con lo que se pierde un buen trozo de la parte bella de la vida.
Hubo una vez que le dije que no era cuestión de creer o no creer, sino de saber o no saber; y yo sé que Dios no existe. Se me quedó mirando fijamente durante unos segundos en los que esperaba la pregunta que siempre me han hecho: “¿Cómo puedes afirmar eso tan rotundamente?”. Y siempre respondo: “No es una afirmación mas rotunda como la de afirmar su existencia, cuando nunca se ha podido demostrar “. O si me dicen: “¡Demuéstralo!”, siempre respondo: “Tu haces la afirmación, demuéstralo y convénceme”. Pero no me preguntó nada; y a cambio me dijo: ”Dios existe, y a ti te creó para demostrarnos su existencia”. Por eso creo que seguiremos siendo amigos durante mucho tiempo, pues siempre mostramos nuestros pensamientos antagónicos sin desprecios, con respeto y sin intención de convencernos el uno al otro.
Un día, años atrás, me invitó a su casa para enseñarme algo que le regaló un familiar. Era un icono de Virgen con Niño, pintado sobre una tabla fina de madera. Lo reconocí enseguida:
- ¡ Un theotokos ¡ - dije asombrado.
- Es una Virgen; está claro – respondió con el gesto de llamarme tonto.
- Ya lo se, es evidente, pero a estos iconos se los llama theotocos.
- Esto no es un icono, es una pintura antigua de la Virgen.
- Este tipo de pinturas religiosas se llaman iconos, y si son de la Virgen con el Niño, se llaman theotocos, que significa “Madre de Dios”. Este es una buena copia de una odighitria que está en Roma.
Me encantaba dar explicaciones que Juan no entendía; me divertían sus expresiones de incredulidad y sus respuestas tratando de demostrarme que mis explicaciones no servían para nada.
- ¿Una qué? ¿Que está donde? Esta está aquí.
- Perdón; cuando la Virgen tiene ese gesto, el de mostrar el Niño al observador, se le da ese nombre: “odighitria“.
- Yo veo una Virgen que tiene a su hijo en brazos; y es una Virgen con su hijo en brazos. Yo creo que ves cosas que no son.
- ¿Si? Mira esas letras, ¿Ni siquiera te interesa saber que pone o qué significan?
- Lo que no se es por qué te interesó a ti, ateíllo.
- Juan, esto es una copia de una obra de arte. Es la Virgen del Perpetuo Socorro y el original se encuentra en Roma. En el siglo X se llevó de Creta a Roma y está llena de significados: los ángeles de los costados, las letras, la sandalia que se le cae al niño…
- Todo eso sobra, solo miro a la Virgen y al Niño, que seguro es lo que se quiso pintar. Si es antigua y está en Roma, mejor, porque estará bendecida. La pondré marco y la colocaré en la habitación.
Juan ve a una Virgen con el Niño. Yo veo eso y todo lo demás, que es lo que embellece la obra y te hace entender muchas otras cosas; la historia en origen, la visión del mundo de entonces, la interpretación que se hacía de la religión hace diez siglos… Esto es tan solo un ejemplo de lo que el integrismo religioso hace perder a Juan. Esa Virgen me emociona a mi mas que a el.
Desde entonces, cada vez que miro el icono le pongo pegas para corroborar el simplismo de Juan. Como siempre, simplifica todo lo que le digo. A veces me parecen reacciones infantiles, pero otras veces me parece que la actitud infantil la tengo yo.
- Yo creo que esas coronas sobre las cabezas de la Virgen y del niño se han puesto en la época moderna; no cuadran.
- Ella es reina y Él es rey, por tanto están bien puestas- me dijo; le daba igual.
- Pero Juan, la aureola del niño tiene la cruz en todos los iconos, y con esa corona no se ve. Eso es importante.
- Lo de la cruz vino después; ¿no te lo enseñaron?
Imposible; me gustaría que entendiera que pese a la carga religiosa del icono hay un fondo histórico, cultural, artístico que debiera ver y contemplar, pero solo ve la Virgen con el Niño.
- La virgen lleva cubierta la cabeza; ¿sabes por qué?. Era judía, y en Judea las mujeres casadas no podían mostrar sus cabellos. Como hacen las mujeres musulmanas y que a ti te parece tan mal.
- Eso es mentira. Te lo acabas de inventar.
A veces creo que quiere jugar conmigo o que trata de ponerme a prueba. Al año siguiente compró otro icono, ya enmarcado, con otra virgen.
- Eleusa – dije, esta vez sin entusiasmo, pues desconocía esa obra.
- Es otra virgen, ¿no ves?
- Si el niño besa a la Virgen, el icono se llama eleusa. Este no tiene a los arcángeles.
- Mejor; así no te entretienes.
- Esta la desconozco, ¿Qué Virgen es?
- Por la parte de atrás pone “Virgen amante de los hombres”
A partir de ese momento me dejo de divertir la simpleza de Juan. Puede que sea divertido notar las incongruencias del título, pero Juan nunca las encontraría; es una Virgen con su hijo. No encontré referencia alguna a es Virgen (iconos de ese tipo los hay por cientos) ni siquiera por el título de la obra, así que le propuse cambiar el nombre, pero no vio necesidad alguna; me dijo: “Ella nos ama a todos; no hay nada malo en eso”.
Entre los dos iconos está Juan terminando de calzarse unas zapatillas con base de esparto que parecen heredadas de alguien que las heredó, y que se atan sobre un calcetín grueso que, al parecer, debe ir sobre el pantalón de pana o paño, ancho para ser cómodo.
Le noto algo enfadado, y no veo oportuno decirle que la “amante de los hombres” está triste, y que vendría bien una guardería en estas fiestas para dejar al niño. Se levanta de la silla y alzo mi mano para que espere un momento.
- ¿Qué pasa, Juan? No estás eufórico como otros años. Cuéntame el problema.
- No quiero que llueva.
- Todos los años existe esa posibilidad; debierais cambiar de fecha.
Dejó de mirarme y se dirigió a la cama. Sobre ella tenía una camisa blanca de mangas muy holgadas y una larga y ancha tira de tela que utiliza a modo de faja para cuidarse los riñones de los esfuerzos al levantar la imagen. Mientras cambiaba de camisa comenzó a hablarme con preocupación.
- Dios pone ante mí personas como tú empujándome hacia el descreimiento y la perdición espiritual para que yo ejerza presión en sentido contrario y me haga merecedor de su aprecio, necesario para ganar un sitio en la eternidad de su hogar. Pero esta guerra tiene muchos frentes; cada vez más. No sé si podré soportarlo.
No estaba enfadado; estaba deprimido. Nunca le había visto así, era una novedad para mí tratarle en ese estado. Le obligué a mostrarse humilde cuando fue aceptado en la cofradía como senior al abandonar su padre su puesto por la edad, porque estaba eufórico como si hubiese ganado un campeonato del mundo. Le he calmado en enfados absurdos o razonados porque en esos momentos puede perderse mucho de lo ganado. En definitiva, hice todo lo que se puede hacer por un amigo, pero nunca le había visto deprimido.
- Juan, vas a la cofradía como todos los años, y siempre ha sido un día de jubilo y bienestar espiritual por tu parte; no puede haber nada tan grave como para quitarte…
- ¡ Si que lo hay ! – dijo sujetándome ambos brazos – Entre nosotros, los creyentes, se puede observar distintas calidades en las personas. Algunos somos normalitos, pero otros son buenos y otros muy buenos y los hay aún mas…
Sus ojos brillaban rebosantes de líquido a punto de derramarse; me soltó y cogió la tela para hacer la faja. Le ayudé a ponerse la faja, apretada y enrollada alrededor de la cintura, girando sobre si mismo. Al terminar le miré a los ojos bastante preocupado.
- ¿Qué te han hecho, Juan? Y sobre todo ¿Quién?
- En la gente que Dios pone ante mi para que luche también hay calidades. Tu y yo nos respetamos; ponemos un muro entre nosotros y no lo intentamos penetrar. Entre tu y yo la lucha no es violenta, solo nos ponemos uno frente a otro, nos postramos abiertos mostrando nuestra verdad y la contemplamos, aunque no la aceptemos, esperando que un día la razón caiga por si sola en uno de los bandos. Pero no sois todos así.
Se sentó de nuevo en la silla, serio, desganado como nunca lo había visto.y pensativo, apretando los dientes y moviendo ligeramente la cabeza de lado a lado.
- Si; en vosotros también hay calidades; unos sois normalitos y nobles, incluso buenos. Otros son malillos pero llevaderos; otros son malos, malos, malos.., y Dios os coloca estratégicamente, entre amigos, entre compañeros de trabajo, entre los familiares….
Aquí saltaron las lagrimas; lentamente fueron saliendo y rodando por las mejillas hasta las comisuras de los labios y cayendo al fin sobre su ropa.
- Andrés, no quiere ser costalero; ni siquiera entrar en la cofradía.
Andrés, su hijo mayor, no quiere ser cofrade. Esto es un trauma para esta gente tan religiosa y cuya tradición viene de muy atrás. Juan vio a su abuelo llorando de emoción porque su hijo estaba bajo la imagen soportándola sobre sus hombros como él hizo años atrás. Mas tarde vimos a su padre emocionado mostrando orgulloso a amigos y vecinos como su hijo se convertía en cofrade primero junior y después senior. Y ahora Juan no iba a poder mostrar orgulloso a su hijo siguiendo la tradición no solo familiar, sino histórica de la cofradía.
Andrés, 15 años y ya ha decidido no seguir la tradición.
- Me dice que no ve sentido a este espectáculo repetido año tras año; que no cree que si existe Dios, le guste la escenificación de la tortura y martirio de su hijo. Que parece una película de cine gore, tanta sangre, hombres clavados en una cruz, corazones atravesados por siete sables, cabezas cortadas…. Quizá tenga razón, pero así ha sido la vida de Cristo y de nuestros santos. Me dice barbaridades como que menos mal que lo crucificaron, porque si lo cuelgan de una pierna a la rama de un pino hasta que se muera las imágenes en las iglesias serían horrorosas.
Pese al llanto, seguía tranquilo; sentado en la silla con la mirada hacia el infinito, tan solo algún pequeño gesto de aceptación in extremis, pero tardó un largo minuto en volver a hablar. Un minuto que pasé en silencio sin saber como abordar la situación sin agravarla con alguno de mis comentarios.
- Me dice que habrá de suponer que si llueve es porque a Dios no le apetece dejarnos sacar la imagen de su hijo en la peor de sus situaciones en vida. Y si no llueve es porque no le importa. Que mi Dios es sumamente caprichoso. No he sabido llevarle por mi camino; no vi llegar esto, y si no entra ahora no entrará nunca; esta procesión era el momento…
Sonó un teléfono fuera de la habitación y como si fuera una señal se levantó, se secó la cara con la manga de la camisa y cogió una pequeña almohadilla que los costaleros se colocan sobre el hombro. Hizo un gesto de resignación y se dispuso a salir de la habitación. Antes de llegar a la puerta se abrió y apareció Amparo, su mujer, quien con la mayor naturalidad del mundo le dijo: “Que no hace falta que vayas, no vais a salir; esta lloviendo y no parece que vaya a escampar”. Me miró con una sonrisa a modo de saludo y cerró la puerta de nuevo.
Durante unas milésimas de segundos miramos fijamente la puerta, después nos miramos asombrados, Juan esbozó una pequeña sonrisa y dijo:
- Aún no habéis vencido; Dios me da otro año para convencer a Andrés.