Libros Tito Carlos

lunes, 16 de marzo de 2009

Azul muerte

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Alex escuchó el mensaje y sin decir nada colgó el teléfono; se sentó en una silla totalmente abatido, y sin sollozos, lánguidamente, comenzaron a correr lágrimas por sus mejillas. Dos horas más tarde, ya de noche, se levantó de la silla y se acostó.

Durmió plácidamente, sin malos sueños, y se levantó al sonido del despertador sin sobresaltos. Se vistió lenta y mecánicamente, se lavó la cara y se dirigió a la cocina, como siempre. Recordó que no había cenado la noche anterior, y sin embargo no tenía hambre; no le dio importancia y terminó de acicalarse, recogió sus cosas y se fue a trabajar. Fue en el autobús cuando, totalmente ausente de lo que le rodeaba, pensó por primera vez en lo que estaba pasando y se dijo: “¿qué hago yo aquí?”. Últimamente Alex vivía para Marta, y si ella no iba a estar, la vida no tenía sentido.

Miró su agenda; no podía faltar al trabajo y debiera de esforzarse en disimular su contrariedad. Fue duro el día; dos largas reuniones que no le ayudaron en absoluto y le dejaron cosas pendientes que hubo de resolver en parte por la tarde. Cuando decidió irse a casa, de nuevo recordó que no había comido, pero tampoco esta vez le dio importancia a pesar de la debilidad que comenzaba a notar. Y de nuevo la soledad.

Marta aparecería al día siguiente y Alex no creía poder estar a la altura; así que la llamó por teléfono y la dijo que no iría a trabajar; que estaba enfermo. Su intención era ordenar sus ideas, pero ¿qué ideas?. Sin caer de nuevo en esa profunda depresión que ya conocía no tenía claro qué debía hacer. Esta vez solo pensaba en su pasado, cuando quería a su mujer y disfrutaba con sus hijas, ya mayores. No se había arrepentido nunca de esa separación; ahora tampoco, pero vinieron a sus pensamientos esos días felices y los comparaba con lo que podría haber sido. Esto no le ayudaba a superar su estado; al contrario, su inanición y el torbellino de imágenes de lo que fue y no será le daban náuseas y varios días más tarde empezó a marearse peligrosamente. Le sucedió en varias ocasiones, y se recuperaba en unos minutos, pero esta vez notó un sudor frío por todo el cuerpo, acompañado por un intenso dolor en el pecho, y se le nubló la vista; no sabía si tenía calor o frío, tal eran sus sensaciones, y sin saber porqué, entre paredes que se deformaban y cambiaban de color, se dirigió a la puerta de la casa, la abrió y salió al exterior. Distinguió tras una puerta los cantos de su vecina Elvira mientras cocinaba e intentó acercarse pero fue dando traspiés hasta estar ante otra puerta, y de nuevo dio dos pasos hacia atrás intentando no caer hasta que tropezó con la barandilla de la escalera. Lenta y mecánicamente bajó los pocos escalones que le llevaban al portal y notó el aire fresco que le indicaba que estaba en la calle. El mareo, sin embargo, se intensificó y le pareció que iba a desmayarse definitivamente. Apoyó la espalda en la pared y se deslizó por ella suavemente hasta sentarse en el suelo; no distinguía los objetos que le rodeaban de lo deformados que estaban, y cerró los ojos mientras que se sentía cada vez mas hundido en un profundo abismo. “Así que voy a morir...”, pensó, “...no creo que sea una solución digna; no merece la pena...” y le abandonó la consciencia.

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No podía moverse. No sabía en que posición se encontraba, flotaba pero notaba su peso, y a su alrededor no había nada; sólo el azul. Espacio infinito azul en todas las direcciones y sin distinguir el arriba y el abajo; ningún rincón para orientarse, ningún ruido, ningún miedo. No hizo ningún intento por comprender; de vez en cuando una voz interior le decía: “Es la Muerte... Y no merecía la pena.”

De pronto se dio cuenta que podía moverse; pero no con un movimiento físico: era su voluntad. Miró hacia todos lados pero el azul era infinito y uniforme; buscaba alguna irregularidad en el color que le orientara sobre el lugar, pero no había nada. No, no era movimiento lo que realizaba ya que su cuerpo no existía; era todo voluntad, pensamiento, sensación, quizá espíritu y sólo espíritu. No había dolor ni sentimiento ni nada que se resolviese con reacciones químicas; no había amor, ni odio, ni pena, ni alegría. ¿Qué había? Había algo claro: Alex razonaba, y lo hacía sin presiones, sin influencias externas, solo con su experiencia personal. Y en esa paz infinita comenzó a repasar su última existencia, tan turbulenta en su interior.

No solo abandonó a su esposa en la separación. Abandonó amigos comunes, muchos amigos, y aquellos entornos que fueron compartidos con ella quedaron a cien kilómetros. Así lo quiso; como si empezar de nuevo fuera fácil. Pero no lo era.

Era muy difícil y necesitaba ayuda; solo la recibió de Marta que a su vez era a la única persona a la que él podría ofrecer algo. Marta y Alex eran, para Alex, las únicas personas del universo, y todo lo que pudiera ocurrir ocurriría entre ellos. Pero es falso; el mundo es más amplio, lleno de personas a las que merece la pena conocer, experiencias por disfrutar o sufrir, y no es justo encerrarse en un mundo tan reducido. La necesidad de compañía sentimental engañó a Alex haciéndole creer que lo que sentía era amor apasionado por Marta, pero no la quería más de lo que hubiera querido a otro amigo; el resto era mentira, o solo deseo.

Esta conclusión le dio más paz aún y en ese estado comenzó a intuir personas alrededor, como sombras en un azul más oscuro. Se movían en la misma dirección, y las veía en un horizonte infinito, pero él estaba quieto. Una sombra pasó cerca, y le dio la sensación de reconocer a una persona de su entorno habitual pese a no existir forma definida alguna. La sombra le habló sin voz pero le entendió: “o te vas, o regresas, pero no puedes quedarte aquí”. ¿Irse?, ¿regresar?; ¿a dónde?. Le seducía más la idea de regresar: quedaban cosas por vivir. Pero ¿cómo regresar?. Otra sombra se acercó lentamente y esta vez distinguió a su esposa que trató de atraerle hacia sí incitándole a continuar el camino con ella, pero no entendió que debiera de hacerlo precisamente en su compañía y se negó. La sombra se convirtió en dos sombras idénticas que realizaron la misma operación, sintiéndose Alex mas atraído que antes en la dirección de todas las sombras, pero insistió en no moverse. Las sombras se multiplicaron entonces y Alex tuvo que realizar esfuerzos por permanecer quieto, y a mayor esfuerzo más sombras, y ante el continuo multiplicar de sombras atrayéndole comenzó a sentir angustia, la primera sensación física que notaba en aquel lugar. Las sombras cobraron forma y vio a cientos de figuras de su esposa diciendo “Ven conmigo, te perdoné hace tiempo; volvamos a ser felices. Ven, ven...” Alex pensó que no tenía nada que perdonarle y continuó resistiéndose, esta vez con dolor, y el color azul comenzó a aclararse rápidamente hasta convertirse en un cegador resplandor.

Fue entonces cuando comenzó a toser y a distinguir personas que le rodeaban y le hablaban: un médico le había dado un masaje al corazón y una enfermera le secaba el copioso sudor que corría por su frente. “Ya está”, dijo el médico con una sonrisa, “ahora descanse”. Alex se alivió al sentir su cuerpo de nuevo y cerró plácidamente los ojos.

Cuando los volvió a abrir la primera persona a la que vio fue a Julia, la más pequeña de sus hijas, quien entre sollozos le informó que su madre murió prácticamente en el mismo momento en que él resucitó.

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P.D. La imagen es una pintura de Ignacio Lavizzari: Muerte Azul
Se puede ver gran parte de su obra en su blog: http://nachopinta.blogspot.com/
En el blog del artista, la pintura va acompañada del siguiente texto:

....Y si Azul es el color de la tristeza, Azul será esta noche.
Azul la prefiero y que muera hecha color, como yo he de morir.

La sustancia que equilibra el universo hoy se niega a estar a mi lado… ante la escasez de recursos, niego el universo y me mofo del estado de sobriedad de mi alma…
Y si caigo esta noche, ha de ser hacía arriba, como si simplemente hubiese nacido surrealista, para morir del mismo modo.
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1 comentario:

Allek dijo...

precioso color.....
saludes!

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