Libros Tito Carlos

miércoles, 8 de julio de 2009

Historia Celestial

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En la página rdeditores.com se convocó el Premio de Relatos Hiperbreves al que se me antojó participar con el primer relato hiperbreve que mi magín ha inventado en un momento de plena lucidez, pues esta es otra de esas cosas que no me han vuelto a ocurrir. Obviamente, no ha sido ni siquiera mencionado. Muy alta calidad la presentada.

El brevísimo relato, incluido título, es el que sigue:
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Cese de ángel

Al recibir la orden ni siquiera le miró a los ojos.

- Anuncié la salvación y se perdieron. – Dijo - No volveré a hacerlo.

Y entregó sus alas.

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Cuando una inspiración como ésta se produce en la mente de Pedro Almodovar, la recrea como escena principal de una película y comienza a escribir lo que debe suceder antes y después de dicha escena. Pues bien, yo he hecho lo mismo, y el resultado es éste:

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Cuenta la mitología católica que en un principio, Dios creó el mundo, las estrellas, los planetas y una parcelita llamada Tierra que llenó de animales variados. Como notó que faltaba algo creó a la primera pareja humana, animales con inteligencia y alma, a la que dijo: ‘Creced y multiplicaos’, y en su reino celestial creó las almas que ocuparían esos cuerpos procedentes de esa multiplicación que se esparcirían por su parcela terrenal.

Las almas, en un mundo ingrávido, tienen el equivalente de las alas en los seres grávidos creados por su Señor, y con ellas se desplazan a placer por el volumen celestial dedicando un tiempo inexistente en juegos y persecuciones que no aportan nada a su infinita inmaterialidad.

Parte de estas almas, tuvieron el privilegio de poseer grandes alas que les conferían una gran velocidad en sus desplazamientos, y los llamó ‘ángeles’. Era su ejército particular, con el que mantenía el orden entre aquellas grandes masas de almas creadas para otro fin. Pero, al parecer, no contó con que debía de controlar a los controladores, y entre ellos surgieron las primeras rencillas de lucha por el poder que se convirtieron en germen de uno de los genes heredados en la raza humana. Logró poner orden, pero tuvo que crear el espacio destinado a los castigos y envió allí a los ángeles insurgentes y a las almas que cometieron el error de seguir sus consignas. Los ángeles buenos recuperaron el control, y las almas buenas regresaron a sus inocentes juegos.

Todas estas almas, tienden a ordenarse en una fila disciplinada hacia la gran puerta de lo que podemos llamar ‘El despacho de Dios’, al que entran de uno en uno, de forma aleatoria, y tras la comprobación personal de la pulcra limpieza del alma, Dios le despoja de sus pequeñas alas y se precipita a un inexistente vacio.

Las almas van cayendo de una en una, y regresan, tiempo terrenal después, de brazos de un Ángel, y es observado detenidamente por su creador, quien estudia lo realizado por dicha alma en ese tiempo, y le otorga el premio celestial o el castigo infernal. Pero el resultado final no era del todo satisfactorio, así que modificó el proyecto inicial. Decidió ir en persona.

Llamó a un ángel con categoría y le pidió que anunciara su llegada con suficiente antelación; Él, salvaría al mundo. Cuando lo creyó necesario, se despojó de sus poderes celestiales y cayó al vacío. Cuando le correspondió, regresó algo confuso, pero creyendo haber realizado una buena labor.

Un corto tiempo después de su viaje, fueron llegando las almas de aquellos que ayudaron en su modificado proyecto terrenal, por lo que les dio responsabilidades en el orden celeste. Uno de ellos, por ejemplo, se ocupó de la recepción de almas, y era el único que poseía las llaves del paraíso, lo que le daba gran trabajo, ya que la parcela terrenal estaba totalmente invadida de seres con alma de la que siempre alguien se ocupa de despojar.

Con tanto tiempo libre, Dios se sentó en sitio estratégico y cómodo desde donde podía observar lo que sucedía en su territorio. Y cada vez estaba más descontento de lo que veía. Dios daba almas a sus criaturas y ellos se entremezclaban; interpretaban sus enseñanzas a conveniencia de cada zona, surgían líderes que no lo eran, y encima estaban estropeando su finca con guerras, fuegos, humos y matanzas del resto de criaturas. Cuando no pudo más, decidió bajar para realizar un segundo reajuste y llamó al mismo ángel anunciador de la vez anterior.

Al recibir la orden ni siquiera le miró a los ojos.

- Anuncié la salvación y se perdieron. – Dijo - No volveré a hacerlo.

Y entregó sus alas.

En ese momento, se convirtió en un alma grávida, con alas recién cortadas, y se precipitó al vacío. Como ángel experto sabía lo que podía ocurrir; no era tan ignorante como el resto de las almas en esa situación y sabía que debía tomar las riendas de una criatura por un tiempo imprevisible, pero había una salvedad. Las almas se presentaban ante Dios y según sus características se le encomendaba una misión a cada una de ellas. ¿Cuál era su misión? En ese momento era un alma descontrolada cayendo al vacío con dirección incierta, pero no sentía miedo; sentía autentico placer por esa incertidumbre. No tenía misión concreta, por lo que se le antojaba poder hacer lo que quisiera, sin remordimientos por desobediencia, sin reprimirse… procuraría gozar de su poder ante el resto de almas comprimidas en cuerpos de categoría ínfima.

La velocidad fue menguando y ajustándose la dirección de caída hasta que notó un frenazo seco, indoloro, y comenzó a tener sensaciones, algo que no se tenía en la parcela celestial. Inseguridad, miedo, dolor, oscuridad y de repente la luz, el sonido. Notó pertenecer a un cuerpo diminuto y encogido, la luz le cegaba y sentía frío, fue cubierto con un material cálido e intentó abrir los ojos.

Una figura sudorosa y risueña le miraba fijamente, y con voz temblorosa dijo:

-¡Qué lindo! ¡Le llamaremos Adolf!

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