Libros Tito Carlos

miércoles, 28 de enero de 2009

Puede que los no-natos no existan




Lucía y su marido querían tener tres hijos. Lo tenían todo razonado aunque no previsto y por vicisitudes de la vida (enfermedades crónicas de su hijo Juán, fallecimiento de su terco marido y el propósito de no más hombres pese a su juventud) su progenie quedó reducida a dos hijos: Juán y Luis.

Ambos hijos hacían vida independiente, lo que sumía a Lucía en un absurdo aburrimiento que ocupaba la mayor parte de su tiempo. Sus hijos hablaban con ella una vez al més y su trabajo era monótono y deprimente. Nunca pasaba nada; ni en casa, ni en el trabajo, ni en la calle... Pero un día sonó el timbre de la puerta. La supuso un sobresalto por lo inesperado; ni siquiera recordaba su sonido, así que tardo un poco en sobreponerse y decidirse a abrir, lo que provocó otra llamada. Esta vez sí acudió con celeridad y abrió rápidamente.

Ante su puerta se encontraba un hombre triste, veinte años mas joven, manoseando un sombrero con nerviosismo y con deseos de decir palabras que no lograban salir de su boca. Ante un pequeño gesto de impaciencia de Lucía, el hombre logró decir: 'Buenas tardes. Me llamo Antonio y soy el hijo que decidió no tener. Me ha costado mucho encontrarla.'

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P.D.
Realmente soy el menor de los hermanos de una familia numerosa. Uno de mis hermanos me hacía de rabiar diciéndome cosas como: 'Naciste, y papá y mamá decidieron no tener más.' Realmente me preocupaba que esa decisión pudieran haberla tomado antes. ¿Qué sería de mí?

Con el tiempo me contaron esta historia de Mafalda, y desde entonces, por fín, alguien se identificó con Manolito (ego sum):

Mafalda le dijo a Manolito: 'Si tus padres no se hubieran conocido, tu no estarías aquí.'
Manolito, después de un rato pensativo (raro en él), responde: 'Pues estaría en otro sitio, ¿no?'

Es la negación del no ser. Realmente es difícil aceptar que sin determinadas circunstancias no habríamos existido nunca, así que pensé que Manolito podría tener razón. De todas formas esta historia nació en una jocosa discusión entre amigos, hablando de este tema y la manía de algunos hijos adoptados (según las películas yankis) de ejercer su derecho a conocer la identidad de sus padres biológicos.


sábado, 24 de enero de 2009

Las Cármenes


Cuando Alex tenía 17 años, y a pesar de su edad, su experiencia con las mujeres fue tomando cuerpo. Las relaciones con ellas empezaban a dejar de limitarse a largos paseos en solitario por calles y parques o a escarceos sexuales en cines y lugares oscuros. Buscaba estabilidad emocional y social en compañía de la chica de turno y para ello buscó una experiencia paralela que le ayudara a entenderse a sí mismo y poder ver si dicha estabilidad era posible. Parecía que su relación con Mary Carmen era emocionalmente estable, pero no estaba seguro de ello, así que un fin de semana alegó problemas familiares para no estar con ella y el lunes, a la salida de clase, estudiar las reacciones de ambos tras su ausencia, si el o ella eran susceptibles de desviar sus emociones hacia otras personas y, en ese caso, si deseaban regresar al punto anterior.

Nada mas despertarse el sábado, el corazón de Alex comenzó a latir fuertemente al percatarse que comenzaba un día sin su amada y tuvo un pequeño conato de arrepentimiento, pero inmediatamente y con dolor, decidió continuar con el experimento, aunque debía encontrar alguna actividad que le separase de pensamientos que le tentaran a abandonarlo. Decidió salir de casa hacia los lugares habituales de encuentro con sus amigos, dando largos rodeos para reducir la probabilidad de encontrarse con Mary Carmen o sus amigas y compañeras de escuela. Pero nada más doblar la primera esquina se tropezó literalmente con Carmencilla. No era amiga de Mary Carmen y no coincidían en las aulas pese a ir a la misma escuela, pero ambas eran lideres de sendas tribus de chicas del barrio, y procuraban evitarse, ya que un único encuentro en uno de los pasillos de la escuela se saldó meses atrás con varios moratones en las piernas y una ligera y dolorosa pérdida de cabello. Su relación con Alex se limitó a coincidencias en preparativos de festivales de fin de curso, y aunque se llevaban bien, no llamó nunca la atención de Alex mas allá del compañerismo en la tarea que realizaban.

Alex reaccionó rápido; demasiado rápido; y sin pensar en las consecuencias que podría traer, eligió a Carmencilla como ratón de laboratorio. La saludó efusivamente, la besó en las mejillas, charlaron sobre cosas de escuelas y decidió acompañarla a donde quiera que fuera. Fue con ella al mercado y la ayudó a llevar las bolsas de la compra hasta el portal de su casa. Alex estaba encantado, se encontraba bien con Carmencilla ya que lograban conversaciones fluidas sobre cada cosa que aconteciera, los semáforos, las tiendas, los precios, los bancos de la calle... Varias veces prorrumpieron en risas contagiosas y se dieron cariñosas palmadas en el hombro. Por eso Alex le pidió verse por la tarde. Carmencilla sonrió claramente emocionada y le pidió que subiera a casa con ella, ya que aún no sabía si podría salir esa tarde. Así lo hizo y cayó en una pequeña encerrona sin intención alguna por parte de Carmencilla. Obviamente era una familia adinerada; la casa tenía dos puertas y entraron por la de servicio que daba directamente a la cocina. Tenían una empleada de hogar bajita, regordeta y con una simpática expresión en su cara que creció en simpatía cuando Carmencilla lo presentó como un amigo del barrio. Le pidió que dejara las bolsas sobre una mesa y preguntó por su madre. Estaba en el salón con su padre ‘ordenando papeles’ según la mujer de la cocina. “Voy un momento a hablar con ella, y no te preocupes; jamás entra en la cocina”.

Bueno, pues la madre de Carmencilla franqueó la puerta de la cocina y se quedó parada ante Alex. Carmencilla, notablemente sonrojada, presentó a Alex, visiblemente apurado y sin perder de vista la mirada de la madre intuyó la risita escondida de la cocinera. Carmencilla le preguntó si podría salir por la tarde, que Alex vendría a buscarla, y la respuesta se redujo a un ‘lo que diga tu padre’; por lo que Carmencilla desapareció de la escena. La madre se interesó por detalles como ‘de que os conocéis’-“sobre todo, del barrio”-, ‘donde vives’ –“frente a la escuela”-, ‘cual es tu escuela’ –“la misma que Carmencilla, pero la de los chicos”-... y apareció Carmencilla mas apurada aún que antes y con un ligero gesto de fastidio. “Alex, ven”. No tenía fuerza ni argumentos para negarse, pero sentía que iba demasiado lejos, no sabía hacia donde y obedecía con aparente placer a los movimientos que se le mandaran, como a un pelele de feria o muñequito de guiñol. Se encontró ante un hombre cejijunto, ceño fruncido y gran bigote que caía bruscamente a los lados de la boca, de pie, con las manos en la espalda, piernas ligeramente separadas, y ningún movimiento de cuerpo; todo ello le hacía parecer un militar de esos que permanentemente están de mal genio. El hombre observa a Alex en silencio durante unos segundos mientras la madre aparecía con un vaso de agua y se sentaba en un sillón cerca de donde estaba clavado su marido. “A donde piensas llevar a mi hija”, -“al cine, a la sesión de las cuatro y media.”-, “porqué tan pronto”, -“para tener tiempo de tomarnos unas hamburguesas y pasear antes de volver a casa”; el hombre mira a su esposa, ésta asiente ligeramente con la cabeza, “a las diez la dejas en casa”; Alex mira a Carmencilla, que continúa sonrojada y con sonrisa de inmensa felicidad.

A estas alturas Alex está desconcertado. Quiere seguir adelante aunque piensa que sus sentimientos hacia Carmencilla no son para tanto, pero cree que cualquier marcha atrás, en ese momento o mas adelante, va a ser doloroso para ambos. No sabe si la felicidad patente de Carmencilla es por él o por haber quitado el chico a su peor enemiga, pues creía que su relación con Mary Carmen era conocida por ella a la perfección. ¿Consideraba Carmencilla un cambio de relaciones a su favor?.

Cuando fue a buscar a Carmencilla, ésta, su madre y la cocinera estaban revolucionadas. Alex esperaba en el hall de la entrada y escuchaba los cuchicheos de Carmencilla con su madre y veía el ir y venir de la cocinera con su simpática sonrisa que le hacía señas de que faltaba poco para que apareciera la niña. Carmencilla apareció radiante; sencilla pero hermosamente vestida, peinada y acicalada. Alex quedó conmocionado y comenzó a alegrarse de encontrarse en esa situación. Cuando iban a salir de la casa, se percataron de que su padre estaba al final del pasillo y con la misma actitud que tenía por la mañana. “¡A las diez!”, gritó; y Alex asintió con la cabeza.
La tarde estuvo llena de gozo para ambos; se contaron muchas cosas, se divirtieron, pasearon, cenaron... y al final del día Alex hizo balance. La dejó en el portal, se despidieron con un beso en la mejilla y no quedaron para otra ocasión. A pesar de haber sido una tarde maravillosa no quiso dar ningún paso en falso del que se pudiera arrepentir, por lo que regresó a casa para meditar el resto del fin de semana.

En Mary Carmen hubo una entrega total desde el principio pero en los seis meses que estuvieron juntos no hubo ningún acercamiento a su familia; la desconocía totalmente. Sin embargo con Carmencilla sucedió al revés; conoció a la familia y fue aceptado, (mejor decir que obtuvo su aprobación) pero emocionalmente no sintió nada; ni ella ni él tuvieron intención de dar algún paso en esa dirección. Es decir, al menos de momento, con cada una de ellas veía una de las estabilidades que buscaba, y con el tiempo, previsiblemente, con cada una de ellas obtendría la otra estabilidad. Ya no salió de casa. Pensaba en cualquiera de ellas y las echaba de menos, pero debería elegir; no debería esperar, y al final del día tomó la decisión.
El lunes, al terminar las clases, fue como siempre a la salida de la escuela de las chicas para recoger a Mary Carmen y besarla ostensiblemente para dejar claro a Carmencilla cual era su elección. Mary Carmen salió llorando arropada por su tribu, que le miraban con inusitado odio, y no se acercó a Alex. Cuando desapareció de su vista, totalmente contrariado, giró la cabeza y vio a Carmencilla también arropada por su tribu y todas muy sonrientes, pero no vio en el rostro de Carmencilla ningún gesto de vencedora ni de satisfacción por consumar una venganza. Lentamente dejó de mirarla y se dirigió a su casa con patente tristeza.

Aquí podría acabar esta corta historia, con una lección bien aprendida por Alex, pero la sensación a que esta historia quiere referirse llegó dos años después.

Alex perdió a Mary Carmen y no quiso seguir con Carmencilla. Ni la una, ni la otra. No encontraba sentido a que el comienzo de una relación fuese como consecuencia del término de otra, y abandonó todo. Como primera sorpresa, en un par de semanas olvidó sus sentimientos por ambas y regresó al cotidiano contacto con sus amigos con alegrías renovadas. Pero dos años después, coincidió con Mary Carmen en la terraza de un bar y se saludaron efusivamente, recordaron viejos tiempos, se preguntaron por antiguos amigos comunes y entró en la conversación el tema Carmencilla. La intención de Alex era comentar lo mal que lo hizo y el error que cometió. Nada era recuperable, y no era esa su intención, pero quería que Mary Carmen lo supiera. No le dio tiempo; Mary Carmen le contó que al fin de semana siguiente a su ruptura, un atropello la segó las dos piernas y dejó de ir a la escuela. “Se lo tenía merecido”, dijo Mary Carmen con evidente odio.

Alex se levantó de la silla, alegó tener muchísima prisa y, horrorizado, se alejó definitivamente de Mary Carmen y de todo el barrio.


P.D.: La imagen es de Shin Oonuma, en la animación EF- A TALE OF MEMORIES


miércoles, 21 de enero de 2009

Una historia des-encadenada



Llega tarde. Le ha pasado pocas veces, pero siempre en las ocasiones en que, precisamente, debe llegar mucho antes de la hora prefijada. Toda la semana estudiando hasta altas horas de la madrugada; el examen mejor preparado de su corta historia universitaria y va a llegar tarde para consultar las últimas dudas con sus compañeros. Comprueba que lleva todo lo necesario: dos bolígrafos, calculadora, apuntes, carné de su escuela... Ahí parece que llega el autobús; a correr para que no se vaya sin él... El conductor le ve llegar y espera unos segundos; saludo y pequeña regañina; no es la primera vez. Unos pocos empujones y se coloca en la puerta de salida para salir el primero y correr de nuevo a tomar el Metro. Son quince minutos de trayecto que se aprovechan para observar por última vez unas formulas; más, más de quince minutos ya que la carretera está ligeramente colapsada. Gesto de fastidio y movimiento de labios en los que se adivina un pecaminoso juramento, pero parece que aún hay tiempo. Llega por fin a la plaza donde está la boca de Metro, apertura de puertas, carrera, y pasillos hacinados de personas que se le antoja ninguna de ellas tiene prisa, todo el mundo le estorba. De pronto todos aprietan el paso: llega el tren a la estación y, cómo no, parece que no cabe una persona mas en el vagón; pero entra una veintena más, entre ellos Alex, que desiste de mirar sus apuntes. Seis estaciones para el trasbordo y dos más en otra línea, y en cada parada entra mas gente de la que sale; se pregunta donde estará el límite. Al fin hay que bajar y queda lo peor; de nuevo la jauría humana le está estorbando y de poco le sirve el zigzagueo continuo; llega al primer tramo de escalera mecánica, hay cinco tramos y la gente se queda estática sobre los escalones, pero son demasiados tramos para subir corriendo. Uno de los descansillos es un pasillo de unos veinte metros y aprovecha para adelantar un poco a costa de algún que otro codazo que resuelve con un “¡Perdón!”, y al fin se terminan las escaleras. Una gran sala se abre ante Alex, con grandes espacios para ganar tiempo; va a comenzar a correr y una anciana de corta estatura cargada con dos bolsas de plástico de supermercado llenas, una en cada mano, le detiene...

-¡Espere, joven!
Alex se detiene en seco sin pensar y mira a la anciana mujer con ansiedad.
- ¿Voy bien por aquí a la línea 10?
- Si, señora. Bajando por esas escaleras; no hay ninguna pérdida.
- Gracias, joven. Eres muy amable.
Y de nuevo a correr, deseando que nadie más le tome por una oficina de información. Tras unas zancadas, y sin saber porqué, vuelve la cabeza y ve a la viejecita dirigirse a las escaleras no mecánicas con cortos y trabajosos pasos, casi arrastrando los píes. Nueva parada en seco; “pero, ¿a donde va?”. Marcha atrás; lógicamente corriendo pues ya va a bajar el primer escalón.
- ¡Espere!
La anciana se detiene y gira la cabeza en dirección a Alex.
- No debe bajar por aquí, baje por las mecánicas.
- No.
Alex insiste, mirando de paso con demasiada ansiedad el reloj.
- Señora, no hay peligro en las escaleras mecánicas y sí hay peligro para usted en éstas.
- Yo no me monto en eso – dice la anciana mirando las escaleras mecánicas.
La anciana hace ademán de comenzar el descenso y Alex se coloca ante ella. Mientras mira de nuevo el reloj y sin percatarse del gesto de agobio de la mujer, insiste aún más.
- Señora, puede tener un accidente.
- ¡Míreme a la cara y lea mis labios! – ante esta expresión inesperada Alex la mira asombrado a la cara y la vieja silabea con notable temblor en todo su cuerpo – No-voy-a-su-bir-en-e-so. Parece que tienes prisa, déjame continuar.
Alex se queda petrificado, desaparece súbitamente su ansiedad, la mente se queda momentáneamente en blanco, le invade una inusitada relajación, ya no tiene prisa y una inmensa tranquilidad invade su interior. En definitiva: ha tomado una decisión irrevocable, ya no hay marcha atrás.
- No, señora. No puedo dejarla y marcharme como si nada hubiera ocurrido entre usted y yo.

Coge las bolsas con la misma mano en que lleva sus apuntes y ofrece el brazo a la anciana para que se agarre a él y le aconseja que ponga la otra mano en el pasamanos. Juntos bajan trabajosamente los cinco tramos de escalera, charlando amigablemente y con largos descansos entre medias. Al final del trayecto se despide de la anciana dándole un par de besos en las mejillas y regresa a casa pensativo y sonriente. No hizo el examen que mejor había preparado. Y no le importa en absoluto.


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