Libros Tito Carlos

miércoles, 21 de enero de 2009

Una historia des-encadenada



Llega tarde. Le ha pasado pocas veces, pero siempre en las ocasiones en que, precisamente, debe llegar mucho antes de la hora prefijada. Toda la semana estudiando hasta altas horas de la madrugada; el examen mejor preparado de su corta historia universitaria y va a llegar tarde para consultar las últimas dudas con sus compañeros. Comprueba que lleva todo lo necesario: dos bolígrafos, calculadora, apuntes, carné de su escuela... Ahí parece que llega el autobús; a correr para que no se vaya sin él... El conductor le ve llegar y espera unos segundos; saludo y pequeña regañina; no es la primera vez. Unos pocos empujones y se coloca en la puerta de salida para salir el primero y correr de nuevo a tomar el Metro. Son quince minutos de trayecto que se aprovechan para observar por última vez unas formulas; más, más de quince minutos ya que la carretera está ligeramente colapsada. Gesto de fastidio y movimiento de labios en los que se adivina un pecaminoso juramento, pero parece que aún hay tiempo. Llega por fin a la plaza donde está la boca de Metro, apertura de puertas, carrera, y pasillos hacinados de personas que se le antoja ninguna de ellas tiene prisa, todo el mundo le estorba. De pronto todos aprietan el paso: llega el tren a la estación y, cómo no, parece que no cabe una persona mas en el vagón; pero entra una veintena más, entre ellos Alex, que desiste de mirar sus apuntes. Seis estaciones para el trasbordo y dos más en otra línea, y en cada parada entra mas gente de la que sale; se pregunta donde estará el límite. Al fin hay que bajar y queda lo peor; de nuevo la jauría humana le está estorbando y de poco le sirve el zigzagueo continuo; llega al primer tramo de escalera mecánica, hay cinco tramos y la gente se queda estática sobre los escalones, pero son demasiados tramos para subir corriendo. Uno de los descansillos es un pasillo de unos veinte metros y aprovecha para adelantar un poco a costa de algún que otro codazo que resuelve con un “¡Perdón!”, y al fin se terminan las escaleras. Una gran sala se abre ante Alex, con grandes espacios para ganar tiempo; va a comenzar a correr y una anciana de corta estatura cargada con dos bolsas de plástico de supermercado llenas, una en cada mano, le detiene...

-¡Espere, joven!
Alex se detiene en seco sin pensar y mira a la anciana mujer con ansiedad.
- ¿Voy bien por aquí a la línea 10?
- Si, señora. Bajando por esas escaleras; no hay ninguna pérdida.
- Gracias, joven. Eres muy amable.
Y de nuevo a correr, deseando que nadie más le tome por una oficina de información. Tras unas zancadas, y sin saber porqué, vuelve la cabeza y ve a la viejecita dirigirse a las escaleras no mecánicas con cortos y trabajosos pasos, casi arrastrando los píes. Nueva parada en seco; “pero, ¿a donde va?”. Marcha atrás; lógicamente corriendo pues ya va a bajar el primer escalón.
- ¡Espere!
La anciana se detiene y gira la cabeza en dirección a Alex.
- No debe bajar por aquí, baje por las mecánicas.
- No.
Alex insiste, mirando de paso con demasiada ansiedad el reloj.
- Señora, no hay peligro en las escaleras mecánicas y sí hay peligro para usted en éstas.
- Yo no me monto en eso – dice la anciana mirando las escaleras mecánicas.
La anciana hace ademán de comenzar el descenso y Alex se coloca ante ella. Mientras mira de nuevo el reloj y sin percatarse del gesto de agobio de la mujer, insiste aún más.
- Señora, puede tener un accidente.
- ¡Míreme a la cara y lea mis labios! – ante esta expresión inesperada Alex la mira asombrado a la cara y la vieja silabea con notable temblor en todo su cuerpo – No-voy-a-su-bir-en-e-so. Parece que tienes prisa, déjame continuar.
Alex se queda petrificado, desaparece súbitamente su ansiedad, la mente se queda momentáneamente en blanco, le invade una inusitada relajación, ya no tiene prisa y una inmensa tranquilidad invade su interior. En definitiva: ha tomado una decisión irrevocable, ya no hay marcha atrás.
- No, señora. No puedo dejarla y marcharme como si nada hubiera ocurrido entre usted y yo.

Coge las bolsas con la misma mano en que lleva sus apuntes y ofrece el brazo a la anciana para que se agarre a él y le aconseja que ponga la otra mano en el pasamanos. Juntos bajan trabajosamente los cinco tramos de escalera, charlando amigablemente y con largos descansos entre medias. Al final del trayecto se despide de la anciana dándole un par de besos en las mejillas y regresa a casa pensativo y sonriente. No hizo el examen que mejor había preparado. Y no le importa en absoluto.


3 comentarios:

Anónimo dijo...

me gusta...lo de la buena acción...que buieno

Anónimo dijo...

El hecho es real. El chaval no era lo que llamaríamos una buena persona.
El momento surge, hace lo que tiene que hacer y se encuentra satisfecho de ello. Si no lo hubiera hecho, estaría arrepentido de por vida.

Anónimo dijo...

jajaja tienes razon, se asemeja mucho a mi historia... me ayudo mucho tito, gracias ^^

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