Libros Tito Carlos

viernes, 13 de febrero de 2009

La vida gris



Gris. Alberto estaba harto del gris. El gris del sofá y los sillones, de la alfombra, del chal de su madre, anciana ya, de las medias de su madre, de las alpargatas de su madre, del pelo de su madre....Los visillos eran ocres, claros pero muy tupidos, haciendo aún más gris la salita, preparada solo para las visitas, sin radio, sin televisión, sin libros... solo adornos y un pequeño mueble bar. La cocina estaba prácticamente ocupada por una mesa en el centro, la mecedora en que casi constantemente se sentaba su madre a ver la televisión que había sobre la encimera y dos sillas, que a Alberto se le antojaba que una sobraba, pero no había manera de retirarla. Y muebles blancos que colgaban de paredes de alicatado blanco o descansaban sobre un suelo de losas de granito claro, repletos de platos de loza blancos, soperas de loza blancas, ensaladeras de loza blancas, tazas, tazones y tacitas de loza blancas... los vasos de vidrio transparente eran un lujo para Alberto. Y sobre ese fondo blanco resaltaba la gris matriarca de la pequeña familia, meciéndose en su mecedora con su gris chal, los brazos cruzados mientras mira la televisión o jugueteando con sus dedos enredando lana con el ganchillo.

Así que se refugiaba en su pequeña habitación llena de carteles, fotos, libros y ropa desperdigada que otorgaba un aire multicolor a su estancia en casa de su madre. Pero no gozaba de excesiva tranquilidad; cada corto espacio de tiempo se abría la puerta y aparecía ella ofreciendo mimos y labores no solicitadas: “¿Te traigo la merienda, hijo?”, “Hace frío, debieras abrigarte.”, “Deja de leer y ven a ver la tele conmigo”, “¿Te ordeno un poco la habitación? Al menos déjame que guarde tu ropa.”.... Era fácil entender las razones por las que se comportaba de esa manera, su pronta viudedad, su único hijo... pero Alberto se consideraba no culpable de esa situación y no cedía a las pretensiones de su madre. Siempre las mismas respuestas, con media sonrisa y, según él, con paciencia infinita: “No, mamá, nunca meriendo”, “No tengo frío, mamá, y la calefacción está encendida. Si me abrigo, sudo.”, “No veo televisión, mamá, sólo noticias y alguna película de esas que ponen a horas intempestivas, y no es esa la proposición, ¿verdad?”, “Deja mis cosas donde están, mamá, me gusta que estén así y así es como más fácil las encuentro cuando las necesito ¿vale?.”

Sus amigos más íntimos eran también compañeros de trabajo. Julián y Andrés iban alguna vez a su casa a cambiarse libros o a pasar tardes lluviosas intercambiando criterios sobre algún texto o escuchando música de gusto común. La madre de Alberto se deshacía en atenciones y sonreían ante la desesperación de Alberto, aceptando con sincera amabilidad el café y las magdalenas que les ofrecía. Una vez solos de nuevo, Alberto protestaba y se burlaba de ella disimulando su desesperación, provocando hilaridad a sus compañeros.

Por las mañanas se topaba con la sonrisa de su madre y se encontraba en la cocina el desayuno preparado. Invariablemente, cada mañana, tiraba por el desagüe del fregadero parte del café con leche, añadía más café, retiraba la tostada y sacaba de un armario una caja de galletas, y las tomaba mirando con indiferencia a su madre, que, como siempre, le observaba sentada meciéndose en la mecedora y sin perder la sonrisa.

Mientras caminaba hacia su oficina se desahogaba consigo mismo increpándose el no realizar nada para evitar esa monotonía en la parte doméstica de su vida. “¿Qué puedo hacer? Cada vez lo soporto peor, me agobia la casa, me agobia mamá, sólo tengo una libertad limitada al espacio de mi habitación. En el fondo me da pena, pero... No, no es pena. Me tiene atado, procuro no llegar tarde a casa para que no se preocupe, no puedo llevar amigas a casa, no nos deja en paz, y eso que no tengo intenciones con ninguna, pero me avergüenza, y cada vez tengo menos amigas. No hace caso a nada de lo que le digo y aguanta mis desplantes y mis rechazos a cambio de tenerme siempre en casa. ¿He disfrutado alguna vez de su ausencia? Ni me acuerdo. He de hacer algo, tiene que darse cuenta que sus deseos no pueden limitar mi libertad. Me está atontando, la vida no es tan larga, soy joven aún... ¡Qué puedo hacer!...”

La parte laboral del día la utilizaba para evitar pensar en su casa y en su madre; procuraba estar siempre ocupado, bromeaba con compañeras... pero siempre había una o dos llamadas telefónicas para saber si iba a casa a comer (que nunca lo hacía) y qué le parecía lo que iba a preparar para cenar. ”No, mamá. No voy a comer y no me prepares cena, por favor”. Así que sólo le quedaba almorzar con sus amigos y entretenerse con ellos sin demasiadas prisas a la salida de la oficina, en un bar o en un corto y placentero paseo.

De regreso a casa volvía la depresión. Ya sabía lo que le esperaba, “Vienes tarde, estaba preocupada”, “Te he preparado la cena y la cama...” y de nuevo siempre las mismas respuestas, “Siempre vengo a la misma hora más o menos, mamá”, “Tu comida y la mía son distintas, y he tomado algo con mis amigos, deja que yo me la prepare si la necesito, me pones demasiada cena..., mamá.”

Como cada día, casi toda su cena acaba en la basura, y se conforma con una manzana o un trozo de embutido mientras lee o escucha música en su habitación. Pero regresaba la angustia. Leía y algunas de las palabras le desconcentraban; “madre”, “vida”, “amor”, “aire libre”, “cárcel”, “hogar”, “muerte”...”Me voy. Pero... ¿qué clase de hijo soy?... Ya estamos, su tenaza, su cadena, me tiene retenido... ¿Por qué no me hace caso? ¿No podemos vivir juntos pero libres? ¿No la he hecho ver que no quiero su desayuno, su cena, su permanente compañía? ...”

Una mañana hubo sorpresa en su empresa. Una inesperable paga por los cuantiosos beneficios del año anterior y un aumento de sueldo con atrasos de varios meses hizo estallar un conjunto de conjeturas entre todos los trabajadores. Julián creía que sería para pedir algo a cambio y ya habían sido explotados suficientemente; Andrés, en cambio, pensaba que ese era el resultado precisamente de haber trabajo mucho y bien; se lo merecían. Respecto a qué hacer con el dinero se escuchó de todo; cambiar de televisor, de muebles, invertir, opíparas cenas, viajes... “¡Un viaje! Precisamente las horas extras del año pasado las cobré en días libres que aún no he disfrutado ¿para qué?. ¡Un viaje! No tiene que ser lejos, no deseo conocer otros lugares, lo que quiero es estar solo una temporada, en otro lugar, sin obligaciones, sólo ocuparme de mí, libre, libre, libre... Mamá tendrá que acostumbrarse a mi ausencia, verá que no pasa nada, que al fin y al cabo luego regreso, y que puedo estar sin ella; la obligaré a que deje mis comidas, mis desayunos y mi cama en paz, que yo sé ocuparme de ello; realizaré mis compras sin sus pesados consejos... Tiene que ver que soy capaz de ello; será duro la primera vez para ella, pero seguiré en casa hasta que se muera sólo si deja de ser tan pesada conmigo y me deja libre, libre...”

No dijo nada a sus compañeros; aún no sabía qué hacer ni a donde ir, así que a pesar de todo no lo celebró con ellos. “Ni un céntimo más en gastos, todo esto más lo poco que he ahorrado será para pagar mi libertad; desapareceré; nadie, ni mamá, sabrán donde estoy. No quiero saber nada de nadie, ni que nadie sepa nada de mí...”

El habitual tiempo que perdía a la salida del trabajo lo ocupó visitando agencias de viajes, sopesando precios, calculando gastos, y encontró un recóndito lugar, con montes, valles, y ambiente tranquilo, familiar y rural; poca gente, junto a un pequeñísimo pueblo y alejado de rutas turísticas... Ropa cómoda, un par de libros, y a no hacer nada.... El paraíso.

Esa tarde no miró a la cara a su madre; estaba abstraído en sus planes, y pese a ello realizó como un autómata todo el ritual de las cenas: un par de bocados, coger una manzana y encerrarse en la habitación. Y hacer cuentas y limar sus planes... “Calculo que puedo estar dos semanas sin gastos superfluos, pero... podría darme un pequeño lujo si estoy algo menos, pongamos diez días. Será suficiente, y si sobra, el resto de días libres los disfrutaré más tarde de la misma forma; incluso podría hacerlo un fin de semana al mes. No puedo creerlo, voy a ser el hombre más feliz del planeta...”

Tuvo hermosos sueños esa noche, carreras por el campo, viajes en fantásticos barcos, bellas mujeres... Tampoco vio la cara de su madre a la mañana siguiente y se despidió sin mirarla. El camino al trabajo fue más ilusionado que nunca, “¿Habrá chimenea?, ¿mujeres en el pueblo?, ¿animalillos salvajes?...” En esa tesitura visitó la oficina de recursos humanos y obtuvo sus libranzas a partir del día siguiente; “mejor, cuanto antes mejor, más corta la despedida, menos días de angustia, y antes llegará el día de mi libertad; ¡que nervios!”

Tal como lo tenía planeado, no lo informó a sus compañeros; “lo entenderán”. Pasó por la agencia de viajes y consiguió lo que quería, incluso podría salir en el tren esa misma tarde, tenía tiempo suficiente; le recogerían en la estación destino y le llevarían en coche al pequeño hotel, sin problemas.

Así que entró en casa eufórico dispuesto a hacer sus maletas lo más rápidamente posible y salir con celeridad hacia la estación; prefería esperar allí en vez de en casa. Las razones le resultaban evidentes. “Mamá, me voy unos días fuera a disfrutar de mi libertad de una vez por todas”, coge la maleta de encima del armario y la abre sobre la cama, “pero, hijo, ¿a dónde vas?”, “no te diré el sitio, ni cuando volveré”, ropa interior, camisetas de manga corta, “no puedes irte así, ¿y tu trabajo?”, camisetas de manga larga por si acaso, y sin mirar a su madre a la cara, “de esta no me echan, no hay de qué preocuparse”, “hijo, me asustas, ¿qué te pasa?” unos jerséis finitos y un par de gruesos por si acaso, ”me pasa que estoy harto de esta vida de mierda y tengo que desahogarme, respirar y limpiar mi cerebro”, aquí caben los útiles de baño, peine, cepillo de dientes, crema, maquinilla de afeitar, “hijo mío, ¿desahogarte de qué?”, colonia, busca una bolsa para guardar zapatos, “¿de qué?, ¡de tu presencia! Tu gris presencia, sólo gris como mi existencia, gris y amarga, ¡ya está bien!”, sigue sin mirarla a la cara pese a estar dirigiéndose a ella, elige libros, escucha sollozos, “hablaremos estos días al menos, ¿no?”, un par de toallas por si acaso, “no hay teléfono allí donde voy, y si lo hay no lo buscaré”, el dinero aquí en este habitáculo con cremallera, “por favor, hijo, llama de vez en cuando, y avisa cuando vengas para prepararte cena...”, los sollozos no le ablandan, al contrario, se ha enfurecido, cierra los puños y mira al techo de la habitación, “¡no sé cuando volveré!, ¡no quiero tus cenas, ni tus desayunos!, ¡¡los odio!!”, baja los brazos y lanza un profundo suspiro, “para cuando regrese se acabaron, mamá; yo compraré mi comida, yo me haré la cena y me prepararé el desayuno; y no toques nada de mi habitación, ya me haré la cama yo solito”, no ha mirado a su madre en todo el día, ahora tampoco, sólo la escucha llorar, pero no se conmueve y se concentra en repasar el contenido de su equipaje, cierra la maleta, se vuelve a poner la chaqueta, observa de nuevo el billete de tren, comprueba la hora, “tengo que irme”, levanta la maleta de la cama, la coloca en el suelo, baja la persiana de su habitación y se sorprende por ello, esboza una media sonrisa, coge la maleta y sale de la habitación, apenas rozando a su madre que llora y se tapa la cara apoyada en el marco de la puerta, “adiós”, y sale de casa con un golpe de puerta que parece medido, ni portazo ni cerrando suave, algo que muestre claramente su indiferencia a todo aquello que no sea útil a su inmediato fin.

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Ya han pasado los días y Alberto está de vuelta. Ha disfrutado; ha respirado aire puro, ha flirteado con la dueña del hotel, tuvo devaneos furtivos con otra turista solitaria y con una empleada de la limpieza, paseos por el campo, tranquilos momentos de lectura, siestas a la sombra de un olivo... y no ha pensado en la existencia de su madre. Sin su presión, se olvidó de ella inmediatamente, y solo pensó en sí mismo, en su libertad recuperada, incluso su actitud con las personas que le rodeaban, sobre todo con la turista solitaria y con la dueña solterona de buen ver, fueron para él una sorpresa; se sorprendía de sí mismo, “nunca pensé que fuera capaz de ...”.
Así que regresó con un aire nuevo, alegre, más estirado y más confiado de sí mismo. El viaje de vuelta lo realizó pensando en lo corto que le había resultado el tiempo de disfrute de la vida; “lo volveré a hacer; siento necesidad de ello”, y solo se acordó de su madre en el trayecto de la estación a su casa: “No, no tomaré taxi, iré andando. Si ha estado sola diez días, podrá estarlo un rato más; ¿habrá captado el mensaje? Espero que me deje tranquilo de una vez por todas; si no lo hace, me volveré a ir en cuanto pueda; solo dejaré espacios más prolongados si me encuentro bien en casa; en ese casó saldré menos pero durante más tiempo. ¡Qué bien me lo he pasado! Angélica me ha dado su dirección; está a más de cien kilómetros de aquí, pero dice que puedo estar unos días en su casa. Curioso, no quería entrar en mi habitación ni que yo entrara a la suya por que la daba vergüenza que lo supiera el personal del hotel, así que ¡ala! al campo, al pinar, y casi de noche; ha sido incómodo, pero la volveré a ver en mejor situación. Además, gracias a ello he podido tontear con la dueña que me ha invitado al café y al postre todos los días, y con Juanita... ¡buf! ha sido estupendo, quizá muy rápidos nuestros lujuriosos momentos, pero ¡que pasión y que cuerpo!, tiene un cuerpo maravilloso y ha merecido la pena aguantar con la habitación sin arreglar varios días; ese era el precio, estaba conmigo el tiempo equivalente al de arreglar la habitación para que no hubiera sospechas. Lloraba cuando me iba, y doña Luisa no entendía por qué. ¿No ha tenido Juanita devaneos con otros clientes?. Increíble.”

A dos manzanas de su casa había un pequeño parque. Alberto se paró y miró al portal con incertidumbre. Estaba recuperando su vida cotidiana; miraba las calles y sentía que los diez días anteriores iban a pasar al recuerdo. Al día siguiente tendría que ir a trabajar de nuevo, y otra vez a vivir con su madre. Se sentó en un banco para estudiar cual iba a ser su estrategia con su madre; como iba a ser su entrada en un estado nuevo de las cosas, porque todo tenía que cambiar; él era un hombre nuevo, y todo a su alrededor tenía que tomar nueva forma. En ese momento vio a Andrés que se acercaba al portal y pulsaba en el telefonillo para, suponía, saber si había llegado. Al rato se marchó con rostro de preocupación y Alberto sonrió; “tengo que cambiar de amigos, ahora me veo por encima de ellos, soy mejor que ellos, soy libre, hago lo que quiero y no me preocupa nada; tengo el mundo a mis pies.”

Cuando Andrés se perdió de vista se puso en pié, y con aire resuelto se dirigió a su casa. ”La saludaré y me iré a la habitación como si fuera esta mañana cuando la vi por última vez, espero que haya cambiado, que vea que regreso siempre y que puedo estar fuera el tiempo que me dé la gana, y deje de acosarme porque no va a conseguir así nada positivo de mí.”

Entró en casa con tranquilidad, y sin mirar a ningún sitio específico saludó a la casa entera; “¡Hola, ya estoy aquí!” y pasó directamente a su habitación; abrió la maleta y canturreando fue guardando cosas. Cuando terminó descubrió que tenía hambre; se dirigió a la cocina y allí estaba su madre, meciéndose en la mecedora como era su costumbre mientras hacía su labor de punto y mirándole con la sonrisa habitual. Y la televisión apagada, pero no quiso hacer ningún comentario al respecto. ”Todo bien, ¿verdad?” y sólo una sonrisa por respuesta. “Querrá castigarme, pero solo recibiré premios.”

“¡Así me gusta!” dijo entonces, y abrió la nevera y se dispuso a preparar su cena. “Veo que hay pocas cosas, mañana iré a comprar” dijo, y pensó: “Creo que ha entendido el mensaje, ¡por fin!”. Mientras cenaba, su madre no dejó de sonreír, y como no estaba acostumbrado al silencio encendió la televisión.

Más tarde, en su habitación, también echó de menos las constantes entradas de su madre, y pensó que parecía que le había entendido y que no le guardaba rencor, pero seguía teniendo la sensación de que su madre tenía la intención de castigarle. Se echó a reír sonoramente; ahora es cuando no puede castigarle de ningún modo, al contrario, si ella se porta bien, el no la hará sufrir.
Al ir al baño antes de acostarse se dio cuenta que la televisión seguía encendida y le extrañó que su madre no la apagara, ya que la programación que eligió mientras cenaba no era precisamente de su gusto. “Esto debe ser parte del ridículo castigo que me impone: yo enciendo la televisión, yo deberé apagarla. Bueno, es incluso justo y fácil.” Se dirigió a la cocina y allí estaba su madre, como siempre, y le saludó con una sonrisa. Apagó la televisión y seguía sonriendo. Andrés sonrió también y dijo: “Hasta mañana; debieras acostarte.” Y dio media vuelta y regresó a su habitación meneando la cabeza y haciendo gestos de divertida incomprensión.

A la mañana siguiente, su madre ya estaba en la cocina haciendo punto en su mecedora y recibiendo a su hijo con su tenue sonrisa. Alberto se preparó el desayuno y se sentó a la mesa ante su madre. De nuevo le vino la nausea por el permanente color gris de su madre, su pelo, su chal, su blusa, su falda, sus calcetines... y ahora se le antojaba que también su piel se estaba volviendo gris. Y el resto, blanco como la leche, para destacar este gris que revolvía el estómago. Dejó de desayunar y echó a la pila de fregar los útiles que había usado. Se despidió secamente y se fue a trabajar.

El camino al trabajo fue distinto a como era antes de su corto viaje. Le preocupaba algo la actitud de su madre, pero pensó que sería fácil de superar. Y sus nauseas por el color gris también se superarían, porque no conseguiría vestir a su madre de rojo, por ejemplo, pensó con una sonrisa. Y esos cacharros blancos por todos lados, puestos expresamente para destacar a su madre, los iría cambiando poco a poco. “O mejor aún, mi plato, mi vaso, mi taza y hasta mi servilleta y un salvamanteles que me pienso comprar, serán de cualquier color menos gris y blanco, para que destaquen más que ella.” Recuperó entonces la alegría y entró a trabajar totalmente rejuvenecido ante la estupefacción de sus compañeros.

“Rabiar, malditos; no sabéis lo que os perdéis aguantando en vuestra inmensa mentira. La libertad está ahí fuera, y tenéis que descubrirla vosotros, si realmente la merecéis. He cambiado sin vuestro permiso y sin avisaros, por eso me miráis así, extrañados de que alguien salga del rebaño. Soy otro, el anterior ha muerto o se ha reencarnado en una vida superior. Con mi nuevo ánimo os pisaré a todos; o pasaré sobre vuestras cabezas volando como una orgullosa águila real mirando desde lo alto el mundo que domina.”

Andrés le preguntó: “Alberto, ¿estás bien?” y Alberto le mira y le sonríe condescendientemente; “Nunca he estado mejor”. Observa con orgullo cómo todos le miran fijamente y hablan entre sí mirándole de reojo; “Hablan de mí, es indudable que se me nota el cambio, y ha sido tan radical que Andrés piensa que estoy enfermo. ¡Iluso!, lo que estoy es eufórico y feliz por el tremendo escalón que he subido. Andrés y Julián cuchichean. Saben que me han perdido, no soy de ellos. Espero que se den cuenta enseguida y me faciliten el trago de repudiarles como amigos.”

Julián quiso hablar con él y se excusó con la necesidad de ponerse al día, y le dijo que hablarían durante la comida; sin embargo a la hora de comer volvió a excusarse pues se iba a comer a casa, con su madre a quien no veía desde hace días.

Andrés y Julián se miraron muy serios y no se atrevieron a decir nada, viendo como el nuevo Alberto salía de la oficina.

Parece que tardarán en darse cuenta, voy a tener que ser directo con ellos, y es desagradable ya que trabajamos juntos. Con lo fácil que sería que cada uno de nosotros estuviera en su lugar, en su nivel, en su mundo, y no intentara entrar en un mundo que no les corresponde. Nos vemos, nos damos los buenos días y se acabó, esa debe ser nuestra relación.”

Compró comida rápida y fue a casa a comer. Ya había intuido que su madre no había comprado nada y quiso darle una sorpresa para que viera de lo que era capaz. Como su madre no le esperaba y esta vez no le llamó por teléfono, no había comida en casa, pero él preparó rápidamente su comida y comió ante su madre que estaba de forma perenne en su mecedora, con su sonrisa afable. Al recoger la mesa se dio cuenta que en la pila estaban aún los cacharros de su desayuno. “Bien, no me importa, lo único es que vas a aguantar esta cacharrería hasta la noche, porque yo ahora no tengo tiempo para fregar.”

Volvió a entrar contento a la oficina, realizó gran parte del trabajo atrasado y se despidió con una sonrisa amplia ante la nueva estupefacción de sus compañeros. “Si creen que voy a mezclarme con ellos de nuevo en bares y juergas, están equivocados. Espero que con esta despedida lo entiendan”

De vuelta a casa, lo primero que hizo fue fregar todos los cacharros. Lo hizo tarareando canciones para que no pareciera que lo hacía a disgusto y mirando de vez en cuando a su madre que sonreía con una sonrisa más amplia que en otras ocasiones. Y sonó el timbre del portal. Alberto miró a su madre como haciéndola ver que ella debería contestar pero su madre fue perdiendo la sonrisa y dejó de mecerse, pero no se levantó. “No pienso perder el tiempo enfadándome contigo”, pensó; se secó las manos y preguntó por el telefonillo; era Andrés. “¿Es que no va a dejar de intentarlo?”, pero le dejó subir. Andrés quería hablar con él, y pensó que sería buena idea hacerlo delante de su madre, para que ésta viera lo que había cambiado. Iba a ser muy claro con Andrés.
Le hizo pasar a la cocina y le sentó en la silla que siempre pensó que sobraba, lo que le produjo hilaridad y le hizo sonreír.

- Bueno, cuéntame.
- Quiero pensar que hay algo que no sabes, Alberto.

Alberto levantó las cejas con incredulidad, pero miró a su madre y la vio seria y un poco asustada, lo que le dejó intrigado. Volvió su rostro a Andrés que miraba alternativamente a la mecedora y a él y le pidió explicaciones.

- El primer día que faltaste al trabajo llamó tu madre. Quería saber dónde estabas.

Volvió a mirar a su madre; estaba aún más asustada y le miraba con tristeza. Sin dejar de mirarla pidió que continuara.

- Me dijo que se encontraba muy mal y que necesitaba encontrarte; dijo que te fuiste de viaje, pero no sabíamos dónde te habías ido.

Su madre estaba más gris que nunca, un gris clarito, como difuminándose...

- Julián y yo vinimos a verla inmediatamente – continuó – se encontraba muy mal, respiraba con mucha dificultad y estaba muy pálida. La llevamos al hospital y murió esa misma tarde. Lo siento, Alberto.

Alberto vio a su madre asustada y triste, desvaneciéndose lentamente, y antes de desaparecer definitivamente se llevó una mano a la boca y dirigió la otra hacia su hijo.


P.D. Todas las ilustraciones tienen el mismo título: Mujer sentada. Son de Picasso, Julio Gonzalez y Georges Seurat.
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26 comentarios:

Anónimo dijo...

Bello relato desde donde se lo mire, y además con Picasso...Qué querés que te diga, Tito, es genial!!

BESOS Y BUEN FINDE!!

PD: No sé si a todos les pasará lo mismo, pero el video de los perros queda superpuesto con el texto y resulta dificultoso leer, y justo es el final del relato.

Anónimo dijo...

Gracias Stanley, siempre halagando....
Quito los adornos que, despues de todo, son superficiales. En mi formato de pantalla no incordian, pero escribo para el resto del mundo. Gracias de nuevo por la información.

Anónimo dijo...

Es una historia muy linda,con un final triste que te hace ver algunas respuestas muy parecidas e dado hace un tiempo. "Es mi vida, yo puedo sola...etc"

La historia de Lorena, es mi prima y sí pasa en todos lados. besos.

Anónimo dijo...

El relato es largo, ¿EH?..Lo he tenido que leer a trozos por el trabajo. Me gusta como escribes, ya me gustaría a mi.
En psicología y en medicina el tema del Deja Vu se da como un proceso químico en que tú piensas que algo lo has vivido, cuando jamás en realidad ha ocurrido
Un saludo

Anónimo dijo...

Estimado TitoCarlos. Te pongo dos links que te pueden resultar esclarecedores sobre el Deja Vu y que van muy en correlación con lo que yo en su momento estudié en la carrera.
un abrazo
http://es.wikipedia.org/wiki/Deja_vu

http://www.tendencias21.net/Medicos-britanicos-recrean-vivencias-de-deja-vu-en-laboratorio_a864.html

Anónimo dijo...

¡Qué contrariedad! Mucho tiempo de vida gris y cuando entra algo de color en su vida un borron negro viene a taparla.

¡Excelente relato!

Un abrazote.

MIGUEL

Anónimo dijo...

kuoremio: La independencia es importante para todos nosotros; puede ser dolorosa, equivocada, dura... pero hay que ir a por ella. Si dado el caso hemos de ser dependientes (ya sabes, vejez, minusvalía, etc.,) lo hemos de llevar con dignidad y cohartando la libertad de los demás lo menos posible.

Anónimo dijo...

anselmo: gracias, algo más que tengo que aprender. Para explicar el deja vu me he basado en datos científicos no demasiado profundos; es muy posible que no sea exacto.

Anónimo dijo...

Pufff por fin he terminado exámenes y ya estoy por aquí de nuevo. Vaya, veo que me has dejado una buena retaíla pa leer =) Me pondré a ello.

Ah, y entraré en el blog, a mí me han cerrado varia páginas personales por motivos ridículos, no hay cosa que más rabia me de... luego los mismos censuradores estarán metidos a saber en qué paginas web... en fin...

Besos, tito Carlos! jaja

Anónimo dijo...

Me gusta mucho este relato, no he terminado aun de leermelo (demasiadas prisas...) pero me quedo con las ganas de seguir leyendo y con el "run run" hasta que pueda seguir leyendo. Gracias

Anónimo dijo...

¡Hola!

He escrito antes un comentario, se habrá quedado en el limbo de la blogsfera. Vine a decir que la vida gris del protagonista, termina en negro total después de que su vida tuviera un corto periodo de tiempo de colorines.

La pérdida de una madre, aunque uno esté cansado de sus defectos, es un golpe muy duro. Pero hay que superarlo, de nada sirve lamentarse de lo que puede haber hecho y luego no hice.

¡Qué pases un buen fin de semana!

MIGUEL

Anónimo dijo...

Muy bueno.
Me ha gustado mucho.
Un saludete

Anónimo dijo...

Miguel, Chache, gracias por vuestros comentarios. No sabremos si hubiera sido mejor quedarse en gris....
Maybellene, Mariqui: Hablaremos...

Anónimo dijo...

Un buen relato. Me temía que tuviera otro final.
Pero el pavo ese está para que lo encierren ¿eh?

Anónimo dijo...

Oh, gracias... pues yo sí te regalaré algo, jeje

http://www.youtube.com/watch?v=54XRNQ2C2x0&feature=PlayList&p=863B1EA30B5D121C&playnext=1&index=3

ya no sólo la canción, sino que admirar esas piernazas está muy bien jaja y los bailecitos no tienen precio...

en cuanto al grupo/interprete que me decias, no me suena mucho, qué me recomiendas??

Anónimo dijo...

creo que en su intento de escapar logro matar a su madre, y atarse mas...

es curioso, me parece que en su sentido de libertad se veia mas atrapado que libre... ahora tengo la duda con la libertad... alcance la inspiracion!! :)

luego pongo algo al respecto jeje

Anónimo dijo...

Tengo el alma encogida Tito. Me ha "emocionado" tu relato, quizás porque perdí a mi madre hace 7 meses y cada día deseo volver a verla, o quizás porque me da muchísima pena que la madre no sea "válida" para su hijo
En cualquier caso, la forma en que has relatado este bello texto es genial.
Ya te digo corazón encogido. Besos y nos leemos.

Anónimo dijo...

Perdona que no te haya comentado antes, pero lo he ido leyendo de a poco que siempre es mejor.
Fantástico, me ha gustado un montón...
Genial relato, un fuerte abrazo

Anónimo dijo...

Lola Mariné: Mi amigo Alex, como otros de otras historias, lo conoció en una terapia. No es para que lo encierren, pero casi.

Maybellene: no puedo ver el video pero conozco la canción. SA es de los grupos españoles más lúcidos que conozco. Hablo de ellos en el post http://soytitocarlos.blogspot.com/2009/01/judios-antes-y-ahora.html.
Busca en youtube a Ebony Ark. Uno de los guitarristas, que fue alcorconero, es familiar directo mio. Creo que te gustarán.

sdjrp: Alguien dijo: la verdadera libertad no existe, pero haberla, hayla. Creo que si la hay es momentanea. El protagonista gozó de ella durante unos días, después le persiguió el recuerdo del precio que pagó.

Winnie0: No somos todos iguales. Las madres tampoco. Siento lo de tu madre, pero no sé exactamente que sintió el protagonista sobre la muerte de su madre. La realidad es que se volvió loco. Por favor, no te identifiques con él; seguro que sois muy distintos.

Didac, puedes, y te lo suplico, tomar el tiempo que sea necesario para leer mis relatos; valoro tus comentarios.

Anónimo dijo...

Hola Tito, he leído tu relato, y me ha dejado mal sabor. No por como está escrito sino por el tema. Has plasmado de manera magistral lo que algunas personas representan para otras. Me refiero a que hay personas que existen, están ahí, viven en la misma casa y sin embrago son como un mueble, y tratados con la misma indiferencia.
¿Alberto quería a su madre? ¿le dolió que ella hubiese muerto en su ausencia o ante su ausencia? Nunca lo sabremos. Sólo nos queda el recuerdo de la figura gris en la mecedora tapándose con una mano la boca y con la otra haciendo un gesto hacia el hijo.

Un buen relato, con descripciones vívidas, en donde el narrador se mete en el personaje y nos hace ver todo a través de sus ojos.

Saludos,
Blanca Miosi

Anónimo dijo...

GRACIAS POR CONSIDERARME TU NUEVA AMIGA , YO TAMBIÉN LO CONSIDERO ASÍ, PARA MI TENER COMO SEGUIDORES A "TITO CARLOS Y CARLOS BECERRA"QUE SON DOS GRANDES ESCRITORES HACEN HISTORIAS MARAVILLOSAS, SINCERAMENTE ME HONRAN Y LLENAN DE ALEGRÍA.

BESOS,Y QUE TODOS LOS DÍAS PODAMOS ESTAR COMUNICADOS, AUNQUE SEA SOLO PARA SABER COMO ESTAMOS.

Anónimo dijo...

Blanca Miosi: La sola presencia en mi blog del comentario de un escritor, ya es un premio. Gracias.
Muchas historias, efectivamente, dejan mal sabor de boca por el tema, no por cómo se cuenta. Se trata de transmitir una emoción, si la has percibido, lo he logrado.
Gracias de nuevo y debes saber que valoro mucho tu opinión.

Anónimo dijo...

Después de lo leido a mi ese Alberto me cae de puta madre. Un tio valiente, con coraje y sin un duro, lo más parecido a lo que a mi me gustaria ser. Hay que ver lo que pasa cuando parece que no pasa nada y las luciérnagas no se esconden cuando llega el dia, porque como ya es todo gris no se dan cuenta de lo que pasa cuando el sol se aburre. Por eso se asemejan al Alberto, que cuando se encuentra con el arcoiris le entra una pesadumbre de la hostia y ya solo quiere comprar merluza congelada para pasar la tarde. Es tremendo el parecido entre Alberto y los últimos de Filipinas. Clavaos. Como si los viera

Anónimo dijo...

Me ha gustado tu relato, resulta muy efectiva su estructura, esos pensamientos de Alberto mezclados con realidades, su confusión, su paranoia, porque en realidad él tiene un problema y no su madre, así lo demuestra desde el principio. Sí, cierto es que tiene un triste final pero está perfectamente establecida la relación amor-odio que vincula a muchas madres con sus hijos. Te felicito.

Anónimo dijo...

Segis de alta alcurnia: Todo es según el color.... ya sabes. Me alegra tu comentario y te lo agradezco; veo que lo has leído y lo has interpretado bajo una visión desconocida por mí, y la verdad: si mi relato se puede interpretar de varias maneras... lo he hecho fenomenal.
Gracias por la visita. Me apunto a tu blog.

Maribel, gracias. Yo veo lo mismo y me alegra que lo interpretes así, pero ya ves que hay mas interpretaciones. Todas válidas, pero la tuya me alegra y me anima.

Anónimo dijo...

pues si, solo hay libertad e un momento, pues ñuego seremos esclavos de nuestra ibertad ya lograda, por ello necesitariamos huir de ella tambien jeje

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