Libros Tito Carlos

miércoles, 29 de abril de 2009

TEMBLOR


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Notó el temblor bajo sus pies cuando dirigía la taza de café a su boca. Las copas tintinearon en el estante del bar y el camarero quedó paralizado con el paño en una mano y un vaso en la otra. En otra mesa una mujer daba de comer a su bebé un puré de bote y miró a Javier asustada con la cucharilla a medio camino de su destino. Tres segundos y un silencio inusual.

Javier dejó la taza y el periódico sobre la mesa y se levantó rápidamente.

- Puede que no sea nada o que sea un aviso. – dijo Javier afinando el oído tratando de percibir algún sonido – Debemos salir de aquí.

De pronto comenzó el ruido. Primero muy lejano, lo que hizo a Javier coger al bebé y arrastrar de un brazo a la mujer mientras gritaba al camarero que saliera inmediatamente del bar, y correr hacia el centro de la plaza. Durante la carrera iba notando acercarse el ruido con celeridad y comenzaron a romperse cristales; Javier avisaba a todo aquel con que se encontraba que se dirigiera al centro, lo más alejado de los edificios. Y nada más llegar al jardín central comenzaron los violentos temblores.

Todos los transeúntes cayeron sobre la hierba. Javier sujetó al bebé mientras su madre se abrazaba a él con fuerza. El edificio del bar se vino abajo manteniendo media fachada en pie creando una columna de polvo, mientras el asfalto se resquebrajaba formando varios escalones desiguales. Las farolas temblaban enérgicamente y se rompían las bombillas y cristales en mil pedazos. Javier observó que otros edificios de la calle caían sembrándola de grandes cascotes. A los quince segundos el sonido se alejó rápidamente.

Javier vio que el bebé se encontraba bien y se lo entregó a su asustada madre. Preguntó a los que le rodeaban y salvo un ataque de ansiedad de un hombre casi anciano, los allí presentes se encontraban perfectamente.

– ¡Escuchen! – gritó, - No deben moverse de aquí los ancianos ni los niños. El resto debemos ayudar a los heridos que podamos encontrar. Diríjanse hacia sus casas, comprueben el estado de familiares y amigos, pero no traten de entrar en ellas, ya que no sabemos en qué estado se encuentran.

Cuando comenzó el movimiento de personas en varias direcciones, Javier se dirigió a la calle por la que se salía del pueblo. De entre los escombros de un lado salía arrastrándose un hombre con ayuda de uno de sus brazos, ya que el resto de extremidades estaban materialmente machacadas; se acercó y trató de tranquilizarlo mientras recogía un cable del suelo para hacer un torniquete en uno de sus brazos. Aparecieron varios jóvenes que recogieron más trozos de cable y se dispusieron a hacer lo mismo en las piernas.

- Hay que sacarle de aquí – dijo uno de ellos.

Javier les señaló una puerta, lisa, de madera, y les indicó que la sacaran de sus bisagras y la utilizaran de camilla para trasladarlo a la plaza. Mientras, mostrando suma energía, comenzó a apartar piedras y vigas de madera del centro de la calle. Unos minutos después aparecieron de nuevo los jóvenes y quisieron ayudar.

- Tenemos que dejar un camino libre para ambulancias y bomberos que vendrán en cuanto sea posible. Si los cascotes son grandes, necesitaremos picos; y nos vendrá bien una carretilla, si la encontramos.

Los jóvenes asintieron, y se pusieron a ayudar, unos con las piedras, y otros fueron a buscar material…

Durante varias horas, Javier arrastraba piedras y carretillas, y en su avance ordenaba las operaciones de rescate que iban surgiendo. Ayudó a desenterrar cuerpos y aleccionaba sobre torniquetes y traslado de heridos; practicó el boca a boca a varios heridos con buen resultado, ayudaba a ancianos y niños a salvar obstáculos para salir de los escombros y los indicaba el camino a la plaza, hasta que apareció una pequeña excavadora cuyo conductor se puso a sus órdenes. A partir de ese momento la actividad pudo centrarse más en la atención de heridos, aunque no paraba de dar instrucciones al conductor de la excavadora. Su actividad era frenética; no dejaba de observar cada acción de rescate que se hacía a su alrededor colaborando en todas ellas, y atendía a todas las consultas y peticiones de ayuda que surgían, sin descanso alguno. Justo al llegar al final del pueblo vieron venir un convoy de ayuda.

Lo primero en llegar fue una camioneta con el material de campaña para crear un centro de ayuda con grandes tiendas de lona para una enfermería móvil que instalarían allí mismo. Indicó a las ambulancias el camino para llegar a la plaza y a los bomberos los edificios en los que se buscaban cuerpos con o sin vida, y se disponía a subir a uno de los vehículos para dirigirse de nuevo al centro del pueblo y continuar la actividad, cuando una mujer con bata blanca le pidió que le acompañara a una de las ambulancias. Javier insistió en irse pero la mujer le retuvo, y le puso las manos sobre sus hombros.

- Por favor, míreme. – le dijo. Javier obedeció. – Ya estamos aquí. Tranquilícese y descanse.

Javier miró fijamente a los ojos de aquella mujer mientras notaba como su cuerpo comenzaba a flaquear. Observó su ropa rota y sucia y sus manos ensangrentadas, como dándose cuenta por primera vez de su aspecto, y notando un cansancio infinito se sentó en el bordillo de la acera y con las manos en la cara comenzó a llorar desconsoladamente.

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6 comentarios:

Blanca Miosi dijo...

Has narrado la experiencia de lo que se vive en una catástrofe como si hubieras estado allí. He pasado un par de terremotos en Perú, y es como lo cuentas: Se hacen cosas que nunca uno se hubiera atrevido. Ya quisiera yo tener a un Javier cerca en un terremoto.

Un abrazo, y gracias por pasar por mi blog. Me siento muy contenta de que sigas a Octavia y Francesco a pesar de ser un cuento tan extenso.

Blanca

TitoCarlos dijo...

Gracias Blanca, y claro que sigo tu historia; sería imposible no hacerlo.
Un beso,

Recomenzar dijo...

Hola feliz de haberte encontrado Gracias por participar en mi blog Te dejo mi otro blog
besos

S. dijo...

Hola,la primera vez que entro y me encuentro una catastrofe!!!aunque está muy bien descrito,me he preguntado si soy gafe.
Espero que no.
Un beso.

Nuria Gonzalez dijo...

¿ Has vivido un terremoto ?
Parece todo tan real. Yo sólo viví un pequeño temblor cuando vivíamos en Huesca hace unos 30 años cuando hubo un terremoto con epicentro en Lourdes (Francia) de intensidad 4,6. Se me puso el estómago en la boca.
Lo has narrado estupendamente.
Besitos

Peter Camenzid dijo...

Tu Javier es un heroe de los que no hay. Estaba de visita? No tenia familia? El liderismo del que hace gala en un momento tan crucial es increíble y el desplome cuando la adrenalina acaba, mejor.

Un fuerte abrazo

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