Libros Tito Carlos

jueves, 21 de mayo de 2009

Omar y el vino

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La asociación literaria y cultural Café Compás de Valladolid, cada año convoca un certamen de relatos cortos que deben girar alrededor de un tema específico y que está dotado de 3000 euros para el ganador. El tema de este año ha sido "In vino veritas" (en el vino está la verdad) y me presenté con el relato que expongo a continuación.

Mi admiración por el poeta Omar Jhayyám (Persia, Siglo XI) y su gusto por el vino y las mujeres, entre otras cosas (matemáticas, astronomía...), me hicieron crear esta corta historia sobre la inspiración procedente de la embriaguez del vino.

Obviamente no me encuentro entre los finalistas, y lo admito, ya que el prestigio y la calidad de los participantes suele ser muy elevada todos los años y yo no me creo a ese nivel. Pero lo intenté, y lo seguiré haciendo.

Bueno, como no he sido finalista, puedo publicarlo aquí.

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Omar, el poeta, sale de la mezquita con el espíritu limpio y renovado; es la quietud y el murmullo de las oraciones lo que le relaja y anima para continuar su vida diaria. Hoy puede ser un día hermoso; cenará en su jardín con Ayesha, su bienamada, y probablemente podrá disfrutar de su amor toda la noche, lo que hace notable en su rostro un gesto de felicidad.

En la puerta de casa le espera el fiel Ahmed, quien recoge su ropa de calle y le prepara otra más cómoda. Omar le pregunta por Tariq, el criado cuya misión es abastecer su hogar de los más hermosos placeres.

- Llegó hace una hora, Jhayyám.
- Sírveme entonces una jarra del nuevo vino.

El vino, el elixir más preciado por el poeta, ocupa gran parte de su creación literaria. En sus rubaiyat canta al vino por ser rejuvenecedor del cuerpo y del espíritu, por provocar un punto de embriaguez que le inspira y, por supuesto, un estado placentero en compañía de amantes y amigos.

Ahmed lleva una jarra y una copa, ambas de fino barro como le gusta a su señor, mientras Omar se acomoda en el jardín entre amplios almohadones de plumas. Cuidadosamente llena la copa de rosáceo líquido y se la ofrece a su amo, quien, como siempre, la toma en su mano de forma ritual y observa el color, aspira su aroma con los ojos cerrados y se la acerca a los labios.

Es entonces, al ver el rostro de aprobación por el nuevo vino, cuando Ahmed se reprocha un imperdonable olvido. Deja la bandeja con la jarra en la mesita y entra corriendo en la casa, va a su habitación y busca bajo el colchón; de ahí saca un cuaderno de hojas de papiro que se sujetan a las cubiertas con cuerdas enlazadas y recoge de su mesa un tintero y una pluma. Como si fuera su precioso tesoro acude en presencia de Omar Jhayyám.

Omar solo guarda sus rubaiyat en su memoria, o las escribe en una servilleta de tela que regala a una mujer o a un amigo; así que Ahmed se adjudica a sí mismo la misión de recopilar todas las que al menos se creen en su presencia.

Cuando llega al jardín Omar está paladeando el vino mientras mira la copa. Ahmed reconoce esa mirada y se apresura en abrir el tintero y deshacer los nudos del cuaderno; lo abre por una página en blanco y espera.

En ese momento apareció Tarik en el jardín. Iba a arreglar los rosales y a limpiar el suelo de pétalos. Mira a Omar y agacha la cabeza en forma de saludo y recibe por respuesta una sonrisa, la copa alzada y una rubay:

¡Bebe tu vino! Lograrás la vida eterna.
El vino es el único capaz de restituirte la juventud.

¡Divina estación de las rosas, el vino y los buenos amigos!
¡Goza del instante fugitivo que es tu vida!

Tarik le devolvió la sonrisa y siguió con su trabajo. Era indudable que le gustó el nuevo vino. Su trabajo le costó; días de camino de ida, días de camino de vuelta y ojo avizor para evitar robos. Pese al pecaminoso cargamento, Alá le ha protegido. Y Ahmed no para de escribir, debe hacerlo antes de que deba atender a su señor de nuevo para evitar el olvido. Nunca le pidió a Omar que repitiera una rubait, y una vez terminada la escritura se dirige de nuevo a su habitación, echa el secante sobre el papiro, y vuelve a llevárselo, ya que la presencia de Ayesha puede producir una nueva inspiración.

Ahmed se coloca en la puerta de casa, en un lugar en que ve la calle por donde llegará Ayesha y controla a Omar, quien pudiera necesitar algo; pero Omar está ensimismado, bebe y sonríe, mira al cielo y a las flores, paladea y mira el vino entusiasmado. Mientras vuelve a llenar la copa, Ahmed divisa a Ayesha que se acerca pausadamente a la casa, y lo advierte a su amo.

Omar se pone en pié sin dejar de mirar el interior de la copa y se acerca al porche saludando de nuevo a Tariq de la misma forma de antes; una sonrisa mientras alza la copa.

Ahora Ahmed duda de que Omar, el gran poeta Omar Jhayyám, sepa atender a Ayesha como se merece y cree que la visita será breve; muy breve. Agacha la cabeza como saludo a la hermosa mujer cuando franquea la puerta y la acompaña al porche del jardín, donde Omar la espera.

Los hermosos ojos de Ayesha se clavan en los de Omar, quien sin dejar de mirarla posa la copa sobre el alféizar de una ventana mientras ella se descuelga el velo dejando ver sus labios y alza los brazos procediendo a quitarse los adornos de seda que hay sobre su cabeza. Junto a ella Ahmed recoge toda la ropa y adornos que ella se va quitando y al terminar repara de nuevo en la expresión del poeta. Discretamente se aparta y entra en la casa; deja todas las cosas de Ayesha sobre un mueble y toma de nuevo los manuscritos.

Cuando llega al porche Omar se está acercando lentamente a Ayesha; pone una mano sobre su brazo mientras la acaricia el pelo que yace suelto sobre hombros y espalda, y justo cuando Ahmed ha introducido la pluma en el tintero nace la segunda rubay del día:

Este mundo es un rosedal.
Nos visitan las mariposas
y los ruiseñores nos regalan música.

Cuando no hay ni rosas ni jardines,
las estrellas son mis rosas,
tus cabellos, mi vergel.

Ayesha sonríe; no es la primera rubay que le dedica, pero esta es especialmente bella. Se da cuenta que Tariq se encuentra en el jardín, cerca de ella y le llama.

- ¡Tariq! ¿De dónde has traído este vino?
- De muy lejos, señora, se lo compré a un monje, gordo y discreto, cristiano de Castilla en el puerto de Gadir.
- ¿Te habló de las excelencias de su vino?
- Me aseguró ser el mejor, y señalando al cielo con el índice de su mano derecha me dijo algo así como “in vino veritas”.
- Cuídalo – dijo sin dejar de mirar a Omar.

Ahmed y Tariq se retiran, y Omar y Ayeshan se abrazan y se funden en un apasionado beso.

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NOTA: Hay mucho sobre este poeta en la red, pero si deseáis un ejemplo, clicad aquí.

1 comentario:

Peter Camenzid dijo...

"In vino veritas"? No lo sabia. Lo que si sabía es que es excelente para la salud, esta cargado de antioxidantes y un milagro contra el colesterol. ¿Sabias que la UCLA tiene un edificio dedicado a la investogacion del vino y sus propiedades en favor de la salud?

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